Es la historia de siempre, solo que no es igual. Ya lo sabíamos. La autocracia rusa de Putin es un nuevo capítulo en lo que se ha llamado “el auge del ‘nacionalpopulismo’”. Ocurrió con la aparición del movimiento separatista en Cataluña, con el ‘brexit’ y con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. Todos partieron de la arrogancia cultural de un grupo por sentirse superiores. Es lo que han pensado algunos ingleses frente al resto de Europa, algunos catalanes frente al resto de España y algunos estadounidenses frente al resto del mundo. El discurso de Putin en el que afirmó que Ucrania “nunca tuvo una tradición de Estado genuino” y que en realidad fue una “creación rusa” es un ejemplo que hubiera podido aplicarse a otros casos de ‘nacionalpopulismo’. El término con el que Pierre-André Taguieff caracterizó al movimiento de Le Pen en Francia se ha popularizado gracias a los nuevos ejemplos.
En estos días, me he preguntado si Putin hubiera ordenado la invasión de haber leído a algunos novelistas de Ucrania. Por ejemplo, Mijaíl Bulgákov, originario de Kiev, que en su famosa novela “El Maestro y Margarita” muestra la llegada de Satán a Moscú bajo el nombre de Voland. El demonio en persona está acompañado de su gato parlante, un sicario de dientes largos y una pálida mujer cuyos ojos provocan la muerte. Luego, el diablo va a hacer un pacto con Margarita, que representa lo humano, y vive adorando a su maestro. El diablo en Moscú, vaya imagen de actualidad.
Otro escritor ucraniano, Vasili Grossman, cita a su escritor ruso preferido, Antón Chéjov, en “Vida y Destino”. Según Grossman, lo más importante es que en su obra “los hombres no son buenos o malos según si son obreros u obispos, tártaros o ucranianos. Los hombres son iguales en tanto que hombres”. Estacionado en Ucrania en la Segunda Guerra Mundial, Grossman escribió una frase que suscribirían sus descendientes: “La noche está llena de luz. Todo arde”. Las novelas de Grossman y Bulgákov fueron perseguidas y solo se publicaron después de la muerte de sus autores, otra intervención del demonio, que en ese caso se llamaba la KGB.
Las historias de Ucrania son inseparables de las de los cosacos. Habitantes antiguos de las estepas de Rusia y Ucrania se hicieron conocidos por su talento para la guerra y la solidez de su disciplina social. Amantes de la tradición, la familia y con una gran vocación militar, los cosacos forman parte de las referencias culturales del mundo. En el siglo XXI siguen ocupando partes de Polonia y de otros países de Europa Oriental. Hemos asimilado algunas de sus palabras. Una teoría afirma que durante las guerras napoleónicas los cosacos afincados en París exigían celeridad en los restaurantes con la palabra que se usaba para ‘rápido’: ‘Bistró’. Otro dicho común, “bebe como un cosaco”, no tiene un sustento en un pueblo disciplinado.
Tal vez el cosaco más famoso en la literatura sea “Taras Bulba”, de Gogol. Es una novela extraordinaria donde se pone a prueba la fuerza de la unión entre padres e hijos y del amor a la tierra. Enfrentado a las fuerzas polacas, Taras Bulba y sus hijos Ostap y Andrei defienden la región de Ucrania. La ejecución de Ostap es uno de los momentos más dramáticos de la novela. Pero me quedo con la imagen final: Taras Bulba amarrado a un árbol. El viejo luchador cosaco y ucraniano incita a sus compatriotas a resistir al enemigo. Muere gritando y rebelándose. Es inmortal. Quizá si Putin hubiera leído este libro, lo habría pensado mejor.