El sábado 15 de enero ocurrió el derrame de 6.000 barriles de petróleo de la refinería La Pampilla de la empresa Repsol. La falta de previsión de la empresa, así como la improvisación en el manejo de la crisis, habría llevado a que el área impactada alcance 1′739.000 metros cuadrados. Mientras Repsol buscaba minimizar el daño mintiendo sobre la magnitud del derrame, no tomó las medidas necesarias para repararlo ni informó adecuadamente al Gobierno ni a la población. La reacción tardía de la empresa, sin la tecnología adecuada (15 personas con palas), generó que el derrame se extendiera y desatara un desastre ecológico.
Los derrames de petróleo no solo generan el daño que podemos ver en la superficie del mar y en las playas. Hay una columna de agua bajo la superficie que es afectada, así como el fondo marino. Aquello que no llegamos a ver es el daño más difícil de reparar y restaurar. De hecho, pasarán muchos años antes de saber cuál ha sido la magnitud del daño ecológico producido, ya que el petróleo afectará la composición química del mar y el funcionamiento de los ecosistemas y la diversidad de especies que los habitan, además de las actividades económicas vinculadas, como la pesca artesanal.
Y, sin embargo, Repsol no se considera responsable del desastre ecológico. De manera absolutamente cuestionable negó la magnitud del desastre y luego pretendió responsabilizar a la Marina por no haber informado sobre el oleaje anómalo. Sin embargo, Repsol estuvo operando esa nave en su terminal y estuvieron en capacidad de supervisar la operación en todo momento. En toda operación de descarga se encuentran a bordo del buque el práctico, el ‘loading master’ y el capitán de la nave. El práctico tiene la obligación de informar sobre cualquier anormalidad del mar y, de considerarlo, recomendar al capitán para que cese la descarga. Por su parte, el ‘loading master’ debe ir analizando la operación para que, de ser necesario, la detenga. Y, finalmente, está el jefe del terminal, quien debe estar atento antes, durante y después de la operación. Todo este personal responde directamente a Repsol. El descuido y la inexperiencia del personal impidió que se tomaran las acciones correspondientes. ¿Tenía Repsol una nave con skimmer y barreras listas para una contingencia? ¿Por qué no ejecutó el plan de contingencias para derrames de hidrocarburos? ¿Supervisó el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental y el Osinergmin?
Las empresas tienen la responsabilidad de operar respetando el entorno, el medio ambiente y las normas del país donde operan. Los ciudadanos a nivel global están buscando empresas que tengan propósito, que contribuyan a construir una mejor sociedad, a dejar una huella positiva y que no se limiten a generar utilidades para sus accionistas. Son los CEO los llamados a asumir el liderazgo. Por lo anterior, es inaceptable que Repsol envíe a su gerente de comunicación a dar una penosa entrevista en la que sostuvo: “Nosotros no ocasionamos el desastre ecológico. Yo no puedo decirte quién es el responsable”. El mal manejo de una crisis como la generada por Repsol trae consigo el cuestionamiento al sistema capitalista y a las grandes corporaciones que operan en el país, dejándose de lado el gran aporte que este sistema económico ha traído al desarrollo de los países y a la mejora de la calidad de vida de las personas.
Pero más allá de lo ocurrido, este no es un hecho aislado. Desde 1997 han ocurrido 1.002 derrames de petróleo, según el informe “La sombra del petróleo en la Amazonía”. La remediación del daño causado rara vez ocurre y los ciudadanos difícilmente se enteran. En muchos casos, los accidentes ocurren porque las empresas deciden reducir costos, contratando a personal inexperto, o no implementan las medidas de precaución necesarias. Lo correcto es que las personas y empresas reconozcan su responsabilidad, asuman los costos del daño y enmienden los errores. Que la magnitud del desastre sirva para aprender la lección.