Hace un siglo, dos intelectuales peruanos poco recordados hoy publicaron sendos libros de balance sobre el proceso económico de la nación en sus primeros 100 años de vida independiente. El más ambicioso fue el empresario y ensayista limeño Pedro Dávalos y Lissón, que entre 1919 y 1926 dio a luz a cuatro volúmenes recopilados bajo el título de “La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente”. El otro fue el profesor de la Universidad de San Marcos nacido en Abancay César Antonio Ugarte, que en 1926 dio a conocer su “Bosquejo de la historia económica del Perú”. El primer libro resulta hoy muy difícil de consultar, pero el segundo está disponible en Internet, gracias a una edición electrónica del Banco Central de Reserva.
Los centenarios de las instituciones invitan a preguntarnos acerca de los logros y fracasos (a los que quizás resulte mejor llamar ‘retos pendientes’) alcanzados; un ejercicio que, sin duda, ayuda a proyectar las tareas a cumplir para el tiempo venidero. Inspirados en los ejemplos de Dávalos y Ugarte, cabe preguntarse entonces, ¿qué ha conseguido el país en el campo de la economía en su segundo siglo de vida independiente? El primer centenario se cumplió en los inicios del régimen de ‘La Patria Nueva’ de Augusto B. Leguía. Existía entonces la consciencia de que éramos una nación que no había comenzado con buen pie su vida republicana. Países vecinos como Argentina, Chile y Colombia, cuya organización económica apenas si había tenido un principio cuando en el Perú se estableció el Virreinato, nos llevaban ventaja y hasta nos habían humillado en los campos de batalla. Sin embargo, en 1921 también bullía la idea de que desde hacía décadas la economía había ingresado en un proceso de regeneración que volvía nuestro futuro más promisorio. La Primera Guerra Mundial había elevado nuestras exportaciones hasta niveles inéditos. Concluido el conflicto, se esperaba la llegada de un aluvión de inmigrantes desde los empobrecidos países europeos. Estos vendrían a recomponer nuestra población, cuya psicología poco emprendedora era considerada por dichos autores como uno de los obstáculos más tenaces para el logro de la prosperidad.
Comparativamente, la coyuntura de hoy tiene algunos puntos en común, como haber vivido los últimos años bajo un largo ciclo de prosperidad exportadora y, en el contexto mundial, padecer una pandemia (un siglo atrás fue la de la gripe española y hoy es la del COVID-19). Ambos momentos comparten, asimismo, la presencia de un clima social tenso, puesto que las ganancias de la época de las vacas gordas habían ido a parar a pocas manos, además de que la expansión de la economía exportadora amenazaba con invadir el territorio de la economía de subsistencia.
¿Cuáles han sido los logros económicos de la segunda centuria? A primera vista, no hay mucho que mostrar. En el rubro de las actividades productivas, emergieron sectores nuevos, como la pesca y su derivado en la manufactura (la industria de conservas y de harina de pescado), la agricultura frutícola, la exportación de gas y el turismo. La minería creció más que la agricultura como respuesta a la dotación de recursos naturales. Sin embargo, es en el rubro institucional en donde podemos registrar más novedades. De un lado, tuvimos la abolición de la servidumbre agraria con las reformas de los años 60. Del otro, experimentamos un rol más activo del Estado en la economía. En 1921 el país contaba solo con siete ministerios, incluyendo el de Marina, que acababa de crearse. Hoy, en cambio, sumamos 18. En 1921 no existían el Banco Central de Reserva, la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS), ni la Contraloría General de la República. Las escuelas primarias existían solo en las capitales de distrito y los colegios nacionales con secundaria completa funcionaban únicamente en las principales capitales departamentales. Los servicios de salud del Estado solo eran accesibles en las grandes ciudades; en las capitales de provincia con suerte podía encontrarse una posta atendida por una obstetriz y un enfermero.
Si hoy nos quejamos de un Estado ausente, incapaz de atender debidamente las necesidades de la población a lo largo y ancho del territorio nacional, ello se debe, en primer lugar, al crecimiento demográfico que el país experimentó: si en el primer siglo de vida independiente la población se triplicó, al pasar de los 1,5 a los 4,5 millones de habitantes, en el segundo se ha multiplicado por siete, al crecer desde los 4,5 hasta los 32 millones. En segundo lugar, está el centralismo que implicó dicho despliegue del Estado, siempre a partir del gobierno central antes que de los gobiernos locales. Y, finalmente, debemos considerar que la capacidad del Estado para captar impuestos de la economía no creció al compás del despliegue de sus organismos. Como una criatura que hubiese robustecido sus brazos, pero no las piernas que la sostienen. En la segunda centuria logró introducirse el impuesto a la renta, pero su recaudación no pudo erigirse como el canal principal de los recursos fiscales.
Tenemos planteados, así, los que deberían ser los objetivos para el tercer centenario: descentralización y reforma fiscal.