Las elecciones congresales del 26 de enero volvieron a mostrar una escisión territorial del voto que ya se ha vuelto un clásico de la política peruana: mientras que los departamentos de la costa norte tienden a votar por partidos de derecha, en el sentido de que no cuestionan el statu quo capitalista o el modelo económico vigente, los de la sierra sur se inclinan por los de izquierda, que sí demandan un cambio de dicho modelo. Así, en Tumbes, Cajamarca y La Libertad ganó Alianza para el Progreso, de César Acuña; en Piura, Fuerza Popular; en Lambayeque, Acción Popular; mientras que en Arequipa, Ayacucho, Huancavelica, Puno y Tacna ganó el antaurista Unión por el Perú (UPP); en Cusco, Democracia Directa (que al no conseguir superar la valla del 5% cedió su puesto de vanguardia a UPP), y en Apurímac, el Frente Amplio, de Marco Arana.
Una división similar ocurrió en las elecciones presidenciales del 2006, 2011 y 2016, lo que llevó al exministro de Economía Luis Carranza, a publicar en este Diario, después de los últimos comicios generales, un artículo titulado “El problema del sur”. Habría que retroceder hasta 1995 o 1980 para encontrar justas electorales en las que en los departamentos del sur se impusieron candidatos presidenciales como Alberto Fujimori o Fernando Belaunde. Aunque incluso en dichos casos ocurrió que la votación que alcanzaron ahí estuvo por debajo de la que obtuvieron en el resto del país.
Existiría un corredor derechista que avanza desde Tumbes hasta Ica, ocupando toda la costa norte y central, al que, de ordinario, se suman también Cajamarca y la gran metrópoli limeña; y otro corredor o “trapecio” andino izquierdista, conformado por los departamentos de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, Cusco y Puno, al que eventualmente se suman los departamentos litorales de Arequipa, Moquegua y Tacna. ¿Cómo explicar esta persistente división y orientación del voto? Recurrir a la historia, como lo hizo también Carranza en su artículo, es muy tentador, puesto que esta división del mapa coincide con la que los peruanos hemos tenido frente a otros grandes dilemas de nuestro pasado.
Por ejemplo, ya que estamos en modo bicentenario, diremos que dicha geografía es la misma que separó al Perú patriota del Perú realista, que terminaron dirimiendo fuerzas en las batallas de Junín y Ayacucho de 1824. El norte estuvo con Bolívar (como antes con San Martín), mientras que el sur andino apoyó al virrey La Serna, al punto que este optó por abandonar su palacio de Lima y durante los últimos tres años instaló su gobierno en el Cusco, la vieja capital imperial de los incas.
También es la misma geografía que separó al Perú opuesto a la Confederación Peruano-Boliviana, del que apoyó este proyecto desplegado poco tiempo después de la independencia. En esta ocasión el norte (que incluía a Lima) apoyó la llegada de una fuerza expedicionaria chilena que, en los campos de Yungay, desbarató el modelo político liderado por el caudillo paceño Andrés de Santa Cruz. El historiador norteamericano Paul Gootenberg llamó a este conflicto “la guerra de secesión en los Andes”. Porque, igual que en Estados Unidos del siglo XIX, fue una guerra entre el norte y el sur, representando cada una de estas regiones un modelo económico distinto. Pero aquí los progresistas habrían sido los del sur, que levantaron la bandera del libre comercio, mientras que los del norte defendieron el proteccionismo, que implicaba resguardar una suerte de área de comercio protegido entre Perú y Chile, poniendo barreras a la llegada de productos de otros lugares.
Por mi parte creo que se trata de una división sobre todo étnica y vinculada a la política centralista o, si se quiere, costeñista que ha caracterizado al Estado republicano. Los departamentos del sur contienen mayoritariamente una población indígena o que cree serlo. En la pregunta de autoidentificación étnica del censo del 2017, más del 80% se clasificó ahí como quechua o aimara, mientras que en los departamentos de la costa norte más del 80% se autopercibió como mestizo o blanco. Durante el período colonial al territorio del sur le cupo pagar el tributo indígena más alto y soportar las mitas o levas forzadas de trabajadores hacia las minas y, ya en la época republicana, surtir de soldados al ejército y de pongos a las autoridades, terratenientes y aristócratas de las ciudades de la costa. No debe sorprender que en los departamentos del sur la lectura que se hace de la historia peruana sea la de una república dominada por una oligarquía centralista que ha favorecido a la costa con carreteras, irrigaciones y un manejo del presupuesto devenido, las más de las veces, en saqueo. Una insinuación para que la tortilla se vuelva será siempre bien recibida por esos predios.