Es una terrible ironía que el primer presidente peruano de profesión maestro haya dado muestras de ignorar el tema educativo. También es una ironía que el primer ministro haga gala de su ignorancia en todos los temas de los que habla. Sus insultos y sobrenombres a personas de la calidad de monseñor Barreto y del doctor Max Hernández son una prueba más de la vergonzosa falta de formación de una autoridad. Sus alusiones a Adolf Hitler, así como a Marx, el marxismo y la ultraderecha parecen revivir los discursos de Cantinflas, sin la gracia del cómico mexicano.
Los problemas y soluciones de un país, y los temas políticos, sociales y económicos dependen de la calidad de la educación pública. La educación no solo puede proveer de información y contenidos, sino también servir como una base de formación moral. Hoy, los cursos de educación cívica no tienen la presencia en los programas que deberían de tener en un país movilizado por la corrupción. Si algún gobierno apostara por el tema educativo pensando en el país y no en sus réditos partidarios, habríamos estado a la altura de otros países latinoamericanos que lo hicieron (allí está la educación pública uruguaya, la red de bibliotecas públicas colombiana y las escuelas chilenas). Hoy, los ataques a la Sunedu son parte del mismo problema. El pecado original de los políticos peruanos siempre ha sido preferir aquello que es bueno para su partido y no para el país. Poner en marcha un programa educativo a nivel nacional daría sus frutos unos años más tarde. No es un objetivo apetecible para los partidos que quieren sostener el poder durante los próximos meses.
Siempre pensando en sus propios intereses y no en los del país, esos partidos se dedicaron, en cambio, a sabotear los pocos proyectos que funcionaban. Uno de ellos fue el del ministro Jaime Saavedra, que puso en marcha una reforma curricular de la infraestructura y de la carrera docente. Estas mejoras se tradujeron en nuevos resultados de los alumnos peruanos en las pruebas Pisa. Como estaba haciendo las cosas bien y como el país se beneficiaba, un grupo de congresistas impulsados por Keiko Fujimori lo censuró del cargo en el 2016. El resultado fue que el Banco Mundial lo contrató como director global de Educación. No fue el primero en tener esa suerte. Unos años antes, Javier Pérez de Cuéllar fue nombrado secretario general de las Naciones Unidas. Poco antes, el Congreso Peruano lo había vetado como embajador en el Brasil.
En una entrevista reciente con Paola Ugaz, el escritor Jeremías Gamboa ha dado un interesante testimonio de su paso por diferentes entidades educativas. Después de asistir a algunas escuelas públicas en las que los profesores nunca se aparecían, llegó a un colegio parroquial en el que se dio el milagro. Había clases. Fue allí donde conoció a un profesor de literatura, de apellido Velasco, que fue decisivo en su formación.
Esta historia da cuenta de la resistencia que aún sostiene a muchos profesores. Ayer, un noticiero matutino pasó las imágenes de los maestros de un barrio populoso de Lima dirigiendo el tránsito para que los alumnos pudieran llegar a clases. No es la primera vez que ocurre ni será la última.
La educación es la única esperanza para poder desarrollarnos como individuos y como sociedad. Es la única apuesta que puede darnos alas en el estancamiento que vivimos. Muchos alumnos y maestros seguirán persistiendo en su derecho a la educación. Es el semillero de todos los otros.