Salvo que medie un cambio de ánimo repentino, el Gabinete liderado por Guido Bellido recibirá en breve el voto de confianza en el Parlamento. Una contabilidad que considera solo a la bancada oficialista (37), a sus aliados fijos de Juntos Por el Perú (5) y a sus compañeros de la lista que presentaron a la Mesa Directiva (Somos Perú-Partido Morado, 9), le da una holgada ventaja sobre el único grupo que parece inclinarse por la negativa (Fuerza Popular, 24). Las posiciones restantes pueden ajustar el marcador final, pero parece improbable que se llegue a superar la cantidad de votos que el Gabinete Bellido, sin hacer gran esfuerzo, tendría ya acumulado.
Así, las demás bancadas (55) serán determinantes en el desenlace. Pero seguramente terminen siendo incoherentes con el tono que marquen sus intervenciones. En el pasado, se han visto ácidas críticas a los evaluados, acompañadas –tras largas horas de debate– de votos que les brindaban respaldo. Una suerte de oposición verbal, con votación oficialista.
En la evaluación final, primará entre los parlamentarios el cálculo: ¿se debe usar ahora la llamada ‘bala de plata’? Una preocupación legítima, si se consideran los antecedentes recientes. El Ejecutivo, motivado aparentemente por el único referente de hacer política que conoce (el sindical), ha optado por el presidente del Consejo de Ministros menos idóneo del que se tenga conocimiento. Como si tuviera un particular ímpetu porque el Congreso tome temprano el primer trago amargo.
El eventual voto de confianza difícilmente asegurará un futuro inmediato de paz y amor. De darle la confianza, inevitablemente el Legislativo avalará un Gabinete sobre el que mantiene reservas –en la mayoría de los casos, justificadas–, si sirven como guía las numerosas declaraciones públicas o algunas acciones de control político sobre ellos propulsadas por algunos parlamentarios. Es de prever, por ello, que lo que seguirá a una votación victoriosa del oficialismo serán largas jornadas en las que se podrán en cuestión la idoneidad y la gestión de varios ministros.
Por otro lado, es llamativo el impulso de un sector del oficialismo por una temprana movilización. Si se confirma la confianza a Guido Bellido, la marcha convocada para hoy, en defensa de su Gabinete, seguramente será leída por sus organizadores como el punto determinante en el desenlace. Pero hace falta ver la convocatoria real con que el acto cuente. Lo indudable es que la marcha surge más como reacción que como consolidación.
De hecho, como se recuerda, durante la jornada del martes surgieron insistentes rumores sobre eventuales cambios en el Gabinete, que llegaban al propio Bellido. Los bulos estuvieron acompañados de una intensa actividad en las redes sociales, sobre todo por parte de voceros del ala radical del régimen. La marcha, pues, parece más un grito de tribuna que una arenga del campo de juego.
Es indudable que se vienen dando luchas intestinas al interior del Gobierno. Las circunstancias de la salida de Héctor Béjar de la cancillería y el perfil de su reemplazo anunciaban un movimiento de posiciones hace algunos días. Pero difícilmente causen cambios dramáticos en el futuro inmediato. Los rumores del martes, que parecen haber tenido asidero, tenían también mucho de expectativa y poco de realidad.
Al cierre de la jornada de hoy, seguramente el Ejecutivo tendrá una sensación de precario alivio. Mal haría en leer el resultado en el Parlamento como un endose incondicional o como el respaldo a una gestión hasta ahora caótica. De hecho, una lectura pormenorizada del Gabinete merecería, en el mejor de los casos, un voto de duda. Lo que se tiene al frente, por ello, se ubica entre una llamada de atención –en coherencia con el ánimo ciudadano expresado en las encuestas– y un anuncio de tiempos complejos.