Los primeros días de enero son siempre una buena ocasión para hacer un balance del año que pasó y afinar las proyecciones económicas del año que empieza. Los economistas más intrépidos intentarán incluso vaticinar la evolución de la producción, el tipo de cambio, el empleo o el déficit fiscal no solo hacia fin de año, sino incluso trimestre por trimestre.
Pero las proyecciones económicas, sabemos, son un ejercicio ingrato sujeto a una enorme paradoja. Mientras más cerca miremos (por ejemplo, para tratar de proyectar el crecimiento del siguiente mes), más información oportuna estará a nuestro alcance, pero también estaremos expuestos a pequeños eventos inesperados que nos desvíen del cálculo. Para mayor claridad, en el extremo, pensemos en lo imposible que resulta anticipar con certeza el comportamiento de la bolsa de valores o del tipo de cambio del día siguiente. Por otro lado, mientras más lejos pongamos el horizonte de proyección (por ejemplo, para estimar el crecimiento de los siguientes cinco o diez años), habrá más incertidumbre sobre un sinnúmero de variables, pero también importarán menos los pequeños e impredecibles sucesos del día a día y tomarán prominencia las grandes tendencias –generalmente conocidas–.
A propósito del año nuevo, mucho se ha hablado ya de las proyecciones para este 2022. El Instituto Peruano de Economía (IPE), por ejemplo, estima un crecimiento del PBI peruano de apenas 1,9%. Pero poco se ha hablado de estas grandes tendencias o macro procesos que bien podrían marcar la trayectoria del país a mediano y largo plazo, y que no solo son más predecibles que el movimiento de un año en particular, sino que también son más importantes.
Por ejemplo, a mediano plazo, las decisiones que no se tomaron en el 2020 empezarán a pasar factura; los proyectos de inversión que no se concretaron por la coyuntura política, las reformas económicas necesarias que no se ejecutaron, los empleos que no se crearon y, sobre todo, la consolidación de un clima de incertidumbre sobre el rumbo de la economía confabularían para limitar el desarrollo futuro. En este escenario, el IPE proyecta un magro crecimiento del PBI en el próximo quinquenio de entre 1,5% y 2% en promedio por año.
Por otro lado, crisis profundas como la causada por la pandemia suelen dejar marca. Si bien el PBI ha vuelto a los niveles previos al 2020, la trayectoria de crecimiento de largo plazo puede haber sido afectada –como ha sucedido en crisis anteriores–. De acuerdo con el Banco Central de Reserva (BCR), “resultados preliminares indican que la crisis originada por el COVID-19 habría hecho que el PBI de Perú en [el] 2022 se encuentre aún entre 5% y 7% por debajo del nivel que hubiese alcanzado en ausencia de la misma”.
Otro tema de preocupación en el largo plazo es el efecto que la eufemística “educación a distancia” ha tenido sobre el aprendizaje de millones de niños en el país. El Perú está vergonzosamente retrasado en la apertura de escuelas. A octubre del 2021, solo uno de cada 22 estudiantes accedía a alguna forma de educación presencial. ¿Cuál será el costo de estas pérdidas de conocimientos y de oportunidades de desarrollo personal? Lo sabremos en pocos años.
Las macrotendencias a prestar atención incluyen también el envejecimiento poblacional del Perú (la población mayor de 60 años pasaría de 3,7 millones actualmente a 8,7 millones en el 2050), el cambio de matriz energética global hacia energías renovables (lo que debería mantener relativamente alto el precio del cobre), los efectos del cambio climático y otros asuntos similares que marcarían la agenda del 2022 en adelante.
Los inicios de año, decíamos, son ocasiones excelentes para ensayar pronósticos de corto plazo, pero curiosamente es el horizonte de más largo plazo el que a veces se puede ver más claro. Y a este ritmo lo que se ve no necesariamente es bonito.