Mil mujeres se someterán hoy a un aborto en el Perú. Podemos seguir discutiendo o seguir negándonos a discutir, pero mañana habrá mil más. Así ocurre todos los días, a pesar del empinado trance físico y psicológico que implica interrumpir un embarazo en algún lugar clandestino e inseguro de nuestro país.
La ley sanciona el aborto como delito y la Iglesia lo condena como pecado. Y además de la posibilidad de ir a la cárcel existe también el riesgo de acabar en la morgue. Aún así, tomaría apenas mes y medio colmar las tribunas del Estadio Nacional con las mujeres que en ese lapso habrán elegido pasar por ese umbral.
Las posiciones enfrentadas en este debate son irreconciliables. Y como lo que cada parte defiende resulta moralmente inadmisible para la otra, el intercambio de opiniones suele alcanzar ese nivel de polarización en el que olvidamos que no son nuestras opiniones las que realmente cuentan.
Esto resultaría obvio si la Comisión de Justicia decidiera abordar el tema, no en alguna desangelada sala del Congreso, donde es tan fácil mandar archivar un proyecto de ley, sino en presencia de los centenares de miles de mujeres que cada año, por sus propios motivos y desde sus propias encrucijadas, tienen que optar entre la vida que se forma dentro de ellas y el destino que buscan para la suya propia.
Habría que ver qué opiniones alcanzan a erigirse frente a sus miradas; qué palabras llegan a pronunciarse en medio de tan descomunal silencio. Porque ahí estarían ellas: las normalmente invisibles, las clandestinas; aquellas a las que no nos referimos cuando defendemos la vida y de las que no estamos hablando cuando hablamos de derechos.
Entenderíamos en su presencia que vivir no es siempre tan fácil como juzgar. Y que el poder transitorio que nos ofrece un púlpito o una curul tendría que utilizarse para servir y acompañar, antes que para condenar.
Pero como en realidad no las vemos ni tenemos que verlas, preferimos la indiferente tranquilidad de nuestras conciencias y la reconfortante ilusión de que lo prohibido por la ley no existe.
Y rebajada la causa de las mujeres al punto de solicitar que al menos se les autorice esta urgente salida tras una violación, la respuesta es que ni siquiera se va discutir el tema, que ya bastante tienen con el dudoso derecho que se les ha concedido a abortar en caso logren demostrar que sus vidas verdaderamente corren peligro.
Tremendo privilegio el de ser mujer en nuestra tierra.