Me parece percibir que el presidente Pedro Castillo ha sumado a su grupo de asesores, que ya no está tan en la sombra, uno de imagen. Y vaya que tendría que ser extraordinario para conseguir revertir la imagen proyectada durante los peores primeros seis meses que se recuerden de un gobernante.
Soy escéptico acerca de que eso funcione no solo por lo que es Castillo, sino porque creo que el gobernar bien –a saber, con eficiencia, transparencia y honestidad– es el indispensable punto de partida para mejorar cualquier reputación.
De ser cierta mi tesis, todo esto empezó el 8 de febrero, con la juramentación de Aníbal Torres como presidente del Consejo de Ministros, cuando el asesorado, súbitamente y sin explicación alguna, apareció sin su infaltable sombrero.
Varias de sus declaraciones recientes indicarían que los que yo creo son los nuevos asesores de imagen le habrían dicho también que el lavado de cara debiera incluir el focalizarse en los temas en los que es más cuestionado; es decir, seguridad ciudadana y corrupción.
Tienes que presentarte duro, firme y con iniciativas audaces, parecen haberle dicho. Por ejemplo, lo vistieron con chaleco antibalas y chicote en mano para anunciar (una vez más) que sacarían a las calles a las Fuerzas Armadas para proteger a los ciudadanos. En paralelo, Aníbal Torres debía aportar los contenidos “técnicos” y contribuyó con tres o cuatro ideas tan demagógicas e inviables, que él mismo ha empezado a desdecirse. Así, “las armas de los serenos” de las que Torres habló son ahora no letales, lo que, por cierto, también requeriría capacitación y controles con los que no cuentan.
Entretanto, ha transcurrido ya cerca de la mitad de los 45 días en que los que la casi imperceptible presencia militar habría de obrar el milagro y la delincuencia sigue igual o peor.
Con respecto al tema anticorrupción, hizo un anuncio que, de no haber sido hecho por Castillo, habría remecido al país. Sin embargo, dado que ya conocemos al mensajero, nadie le ha dado importancia. Dijo que el Ejecutivo viene preparando una carta a la OEA para que “una misión internacional venga y se instale en el Perú para que luche contra la corrupción”.
De un porrazo y sin siquiera darse, se tiraba abajo nuestra soberanía y ninguneaba lo que en ese ámbito hacen o deben hacer el Gobierno que preside, el Congreso, el Ministerio Público, el Poder Judicial, la contraloría y la Defensoría del Pueblo. En circunstancias normales, como dije, la noticia habría conmocionado al país, pero nos gobierna Pedro Castillo. De hecho, ya se debe de haber olvidado de lo que anunció.
Así, tampoco en anticorrupción el maquillaje ha funcionado, pero, en cambio, su situación ha empeorado. Sabemos ahora que Castillo le mintió al Ministerio Público al declarar que nunca se reunió con Karelim López, dado que luego públicamente sostuvo lo contrario. Una mentira en flagrancia que le quita lo poco de respetabilidad que podía conservar y que, en sí misma, configura un delito a perseguir.
En el ámbito estrictamente político, se les hace difícil incluso fijar la imagen. En los escasos 15 días que tiene el Gabinete Torres, han pasado del discurso moderado buscando conciliación con el Congreso, a denunciarlos por querer “urdir un plan secreto” para generar un “golpe de Estado” y después a pedir disculpas por aquellas declaraciones. Aníbal Torres también anunció que estaba seguro de que la ministra Betssy Chávez le iba a “poner fin a estos conflictos”, refiriéndose a la denuncia constitucional presentada por Chávez contra la presidenta del Congreso. Pero, finalmente, la ministra ha confirmado que no retirará la acusación.
Por supuesto, el Congreso ha echado más ingredientes a la confusa “tregua”. Y haciéndolo por razones que, a mi juicio, combinan el temor de casi todos sus miembros a perder la curul con que no pocos coinciden con las peores facetas del gobierno de Castillo en educación y transportes. Y ahora, además, en el igualmente grave intento de debilitar la lucha anticorrupción esterilizando la figura de la colaboración eficaz, que tan útil viene siendo para evitar la impunidad del delito, incluido el de corrupción.
La situación es muy confusa y, la verdad, no se sabe si las cosas estallarán antes del 8 de marzo, fecha aceptada por el primer ministro para presentar a su Gabinete para solicitar el voto de confianza. Quizá Castillo, ya experimentado en estas lides luego de juramentar a cuatro Gabinetes, se da cuenta de que no llegan enteros a esa fecha y por eso reclama que se adelante.
Es que mucho puede ocurrir en dos semanas. Hasta un vientecito de verano le puede causar neumonía a un Gabinete con solo tres o cuatro ministros sin cuestionamientos importantes y, en cambio, con al menos cinco que debieran irse sí o sí.
Incluso si les dieran la confianza por las razones ya mencionadas, no me queda duda de que la “operación nueva imagen” sobre la que elucubro se caerá como un castillo de naipes.
Esto me trae a la memoria un dibujo animado de mi lejana infancia. En este, Tristón, una hiena triste, le decía casi llorando a Leoncio, el león, cada vez que este creía haber tenido una idea genial: “Oh cielos, Leoncio, no lo lograremos”. Y siempre acertaba. Es que Leoncio era un incorregible aventurero que siempre fracasaba.
La diferencia es que con Leoncio los afectados eran solo él y su incondicional compañero.