Siempre es bueno soñar y si se trata de un país mejor aun porque permite proyectar un futuro y diseñarlo. El tema de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE 2014) es Hagamos del Perú un País del Primer Mundo. Cosa que imaginamos, muchos queremos, aunque muchos no sepan qué significa aquello de tercero o primero, a pesar de tener acceso a la tecnología, es decir Internet.
Pensar y reflexionar es la única manera de actuar con sensatez y eficiencia. La CADE (cosas de la patria: todos nos referimos al añejo evento anual de ejecutivos en masculino, algún día habrá quién nos diga el porqué), centra su atención en asuntos vitales para un país. Se focaliza en: corrupción, seguridad ciudadana, descentralización, educación, diversificación productiva, facilitación de inversiones, infraestructura, sistema judicial.
Difícil saber si la informalidad que constituye el 70% de la actividad económica del país es la madre del cordero en las deficiencias que vive el Perú en las áreas señaladas o si lo informal es consecuencia del pobre desempeño en estas áreas. Lo cierto es que donde uno va encuentra informalidad en la vida nacional. Hay zonas donde el castigo físico es una manera de administrar justicia.
La minería informal e ilegal es una inversión que se hace al margen del sistema impositivo, jurídico y todo lo demás. Y así transcurre la vida en los Andes del Perú. Quizá de ahí salió el dicho: Bienvenido a la república peruana donde todos hacen lo que les da la gana. Cosa que no ocurre en el ansiado Primer Mundo. Recuerdo una cola en el aeropuerto de Miami donde una policía de aduanas, afro ella, le pegó un rapapolvo a una compatriota de clase A+. Había llenado mal la ficha. La dama no chistó, no protestó airada. Cosa que hubiera hecho en nuestro terruño.
Así como en el Perú la informalidad es un asunto estructural, la corrupción también lo es y en todo nivel ciertamente: la del trámite, la que se pacta con la policía, la que se tolera o usufructúa en la esfera gubernamental. Una vieja discusión con amigos del sector empresarial es si los empresarios deben participar o no en política. El debate seguramente continúa y cada uno tendrá sus razones. Lo que no puede obviar un sector tan importante del país es mostrar como gremio su preocupación por determinados hechos.
El caso Martín Belaunde Lossio lo entiende muy bien quien invierte y maneja dinero. Queda claro que era el articulador de empresas que ganaban licitaciones en provincias, cobraban la primera suma, se pagaba ‘coimisiones’ y luego que reviente el Estado, el país, el Primer y Tercer Mundo. Todavía no hemos llegado al fondo de tan tenebroso asunto. Los que saben, conocen, escucharon, afirman con seguridad que la corrupción no solo sería en los gobiernos locales.
De hecho hemos visto el desempeño del SIMA prefiriendo por todos y sobre todos a la empresa Antalsis, vinculadísima a Belaunde Lossio y de la cual ahora se quiere distanciar, pese a que los correos señalan: “A Antalsis tengo que defenderla con la vida”.