Elegido para gobernar, el presidente Pedro Castillo cree, equivocada y obsesivamente, que su misión es legislar, persiguiendo autoritariamente romper todas las reglas políticas e institucionales del país.
Se miente a sí mismo y le miente al país.
Su deber como jefe del Ejecutivo es el de ejercer poder como gobernante. No es el de ejercer poder como constituyente, mandato exclusivo del Congreso.
Como presidente puede promover las reformas constitucionales que quiera para lograr los supuestos estándares de eficiencia de su gobierno. Pero no puede pretender imponer, bajo ultimátum, la redacción de una nueva Constitución a través de una asamblea constituyente que no existe en nuestro ordenamiento jurídico.
Este impertinente objetivo se ha convertido, metafóricamente, en el sombrero oculto del presidente, que está por debajo del que lleva y trae diariamente. Tiene, así, dos pesos en la cabeza: el afán legítimo de gobernar y el afán ilegítimo de construir, de la nada y sobre la voluntad de más de la mitad de peruanos, una asamblea constituyente, cuya sola idea genera un elevado y perturbador factor de inestabilidad política, jurídica y económica.
Castillo está aún a tiempo de evitar hacerle más daño al país que el que ya ha hecho de manera torpe e irreversible.
No será una asamblea constituyente la que haga realidad el sueño presidencial de “no más pobres en un país rico”, sino un gobierno de calidad, eficiente y honesto, que sepa muy bien que para distribuir riqueza hay que crearla y fortalecerla mediante un crecimiento económico abierto y sostenido, sin despilfarros presupuestales, sin corrupción, sin ahuyentar las inversiones, sin controles de precios, sin nombramientos de incompetentes en el aparato público.
El mismo sueño tampoco será posible si Castillo se empeña en gobernar de la mano de Vladimir Cerrón, secretario general de Perú Libre, hoy en día con sentencia judicial suspendida y con otro proceso fiscal abierto por lavado de activos. Para sorpresa de nuestro Estado de derecho, Cerrón ostenta, por sobre sus impedimentos judiciales, una alta carga de protagonismo e intromisión flagrante en los asuntos de Gobierno y Estado.
Si esto ya entraña una complicación grave, hay otra que puede deshacer por completo al Gabinete Ministerial antes de que este pueda solicitar el voto de confianza del Congreso. Se trata de las denuncias e investigaciones contra el primer ministro Guido Bellido por la supuesta recepción de dinero ilícito para su campaña al Congreso del 2020, y contra el canciller Héctor Béjar, comprometido con los saldos criminales y sangrientos de las guerrillas de los años 60 y con los designios del socialismo bolivariano de apartar al Perú de su defensa de la causa democrática venezolana dentro del Grupo de Lima.
¿Será el propio Castillo el primero en adoptar medidas drásticas de deslinde y corrección en su entorno más íntimo o en sorprenderse, ya tarde, de las desastrosas consecuencias de no haberlo hecho oportunamente?
Para colmo, el sombrero oculto, el de fondo, que calza el presidente apretadamente encarna el perturbador objetivo de hacer de una asamblea constituyente el estratégico mecanismo de conversión de la actual República del Perú –libre, democrática, social, independiente y soberana– en otra distinta: ya no libre ni democrática ni independiente ni soberana, sino marxista-leninista, anexada ideológica y políticamente a la órbita socialista bolivariana.
¿Cómo es que Castillo no quiere copiar modelos ajenos si intenta todo el tiempo aproximarnos a las rutas de Evo Morales en Bolivia, de Fidel Castro en Cuba, de Hugo Chávez en Venezuela y, por último, de Abimael Guzmán en su pretensión de ser liberado de la cárcel e introducir el brazo político de Sendero (como ya lo viene haciendo) en el sistema democrático peruano? La violencia terrorista del FLN, Sendero Luminoso, MRTA y del narcotráfico parece ser para Perú Libre y sus líderes una antorcha a seguir en lugar de una afrenta criminal que rechazar en recuerdo de las masacres que tiñeron de sangre el Perú de los años 60, 70, 80 y 90.
Sería una pena que un hombre que ha llegado desde abajo a la presidencia, como ningún otro en el Perú, tire por la borda un mandato de Gobierno con el que puede pasar como el mejor de la historia, a cambio de ser prisionero de una ideología comunista decadente y destructiva.
Castillo podría terminar, al paso que va, como un tirano más, volviendo menesteroso al país rico de ahora y más pobres a los pobres que le confiaron sus sueños y necesidades.
Si solo se quitara el oculto sombrero de constituyente que le ajusta la cabeza, Castillo podría tener una respuesta más sincera a la pregunta del titular: ¿qué quiere hacer definitivamente del Perú? ¿Un país libre, desarrollado, solidario y justo o un depositario de dictadura, persecución y miseria?