No es coincidencia que los países con mayores niveles de libertad individual sean justamente aquellos con democracias más sólidas, una alta participación de la sociedad civil y las mejores condiciones para que las mujeres se desarrollen tal y como ellas desean. Entre aquellos, se encuentran países nórdicos como Suecia o Noruega.
De esas latitudes es “Pippi calcetas largas” –”Pippi Langstrømpe”, en noruego–, un personaje de cómic infantil que ha influido en el desarrollo de mujeres nórdicas empoderadas y también de hombres que, desde niños, han sabido lidiar plácidamente con compañeras de juego rebeldes o, cuando no, impertinentes.
Si algo tenía de característico esa niña desgarbada de cómic era su insubordinación. Pippi era, pues, libre y mala, entendiendo por mala a alguien que no necesariamente hace lo que otros esperan de ella, a menos que eso sea lo que ella también desea.
En el 2022, muchas peruanas no pueden hacer lo que quieren y seguramente hacen lo que otros definen, en gran medida, para sobrevivir. En el Perú del 2022, muchas son buenitas y obedientes, incluso a costa de su propia voluntad. Ya va siendo hora de que dejemos de sentirnos seres para los demás y empecemos a sentirnos seres para nosotras mismas, para nuestra individualidad. Y sin que se nos califique como egoístas por ello.
Conviene que seamos malas para poder conquistar nuestra propia agenda y, así también, las de aquellas que nos siguen en otras generaciones por detrás. Solidaridad intergeneracional, pese a que el feminismo no es un catecismo y cada una lo vive a su modo.
Para poder ser “desobedientes” es crítico que el acceso al poder –formal e informal– se nos haga menos oneroso. Menos desigual. Un ejemplo claro de ello es el que han reseñado Hugo Ñopo y Josefina Miró Quesada acerca de la disparidad entre la distribución del trabajo doméstico y la capacidad de generación de ingresos en los hogares. Las peruanas no pueden generar más ingresos para sus hogares porque gran parte de su tiempo está destinado a labores domésticas naturalmente no remuneradas. No poder “parar la olla” como se debe es una manera de sometimiento y justificación para ser obedientes y “buenitas”.
Pero en ninguna esfera es tan importante atreverse a ser audaz como lo es en la del poder formal. Porque, cuando una mujer entra en política, cambia la mujer. Pero cuando entran muchas mujeres en política, cambia la política.
Necesitamos más mujeres en la vida pública para que los códigos del poder sean más nuestros y no sean una mala imitación de los que usan los hombres. Y la única manera de lograr eso es con más perfiles a emular o que, cuando menos, inspiren.
¿Cómo serán las mujeres en el Perú del 2050? No lo sé a ciencia cierta, pero deseo fuertemente que sean libres y malas. Que puedan trazar sus propias agendas sin culpa, que puedan elegir lo que deseen ser, pero que sobre todo puedan influir activamente en el devenir del país. Ojalá más en el ámbito público que en el privado, y que eso no sea razón de asombro o suspicacia.
Porque, si nuestros pares varones aceptan pacíficamente en lo más profundo de su inconsciente que sus hijas, hermanas o parejas desean estar más dedicadas a la esfera de lo público que a las labores del hogar, que no desean tener hijos o que incluso no quieren casarse, entonces ese será un gran salto que impulse, pero, sobre todo, que legitime.
Y tal vez en el año 2050 sea posible replicar la anécdota aquella que se daba años atrás en una escuela primaria de Oslo, cuando una ex primera ministra noruega les preguntaba a dos niños qué querían ser cuando sean mayores y, mientras el niño expresaba su deseo de ser enfermero, la niña con total naturalidad respondía que cuando fuera grande sería primera ministra.
Que seamos más libres en el 2050 y que eso se acepte pacíficamente. ¡Feliz día, colegas!