La manera de hacer política a la que nos tuvo acostumbrados el Gobierno de Pedro Castillo en sus primeros dos meses era una que, como consecuencia de su absoluta falta de preparación, replicaba la técnica del policía bueno y policía malo. O, en este caso, del presidente bueno y presidente malo.
Bastaba con que el expresidente del Consejo de Ministros Guido Bellido dijera algo controversial para que saliera otro representante del Gobierno o el mismo jefe del Estado a intentar apagar el incendio y afirmar precisamente lo contrario. El ejercicio funcionaba en ambas direcciones. Si un funcionario decía algo que escapaba del ideario radical de Perú Libre, ahí estaba el premier para enmendarle la plana.
¿Cuáles fueron las consecuencias de esta improvisación? El dólar en máximos históricos, las proyecciones de inversión privada cayendo a doble dígito y el riesgo país moviéndose como en montaña rusa.
Ahora que se fue Bellido, parece que otros representantes del Gobierno han decidido continuar con ese papel. Y no se trata solo de la ministra de Trabajo Bettsy Chávez afirmando que la asamblea constituyente “no es postergable” justo después de que la primera ministra Mirtha Vásquez y el ministro de Economía Pedro Francke sostuvieran que no era una prioridad en estos momentos.
Ocurre que, mientras la presidenta del Consejo de Ministros acudía al Congreso el pasado lunes a pedir el voto de confianza, el mandatario Castillo olvidaba la propuesta política que estaba planteando su propio Gobierno ante otro poder del Estado para impulsar una ley para expropiar Camisea. Así, desde una actividad oficial en Amazonas, el jefe del Estado exhortó al Parlamento a trabajar una ley conjunta “sobre la estatización o la nacionalización” del yacimiento de gas.
Ahí no le importó la relevancia de la inversión privada y la necesidad de reglas claras que decía promover frente a inversionistas extranjeros. Mucho menos el doble discurso con el que ignoraba lo que apenas semanas atrás había afirmado sobre que cualquier renegociación se daría “con respeto irrestricto al Estado de derecho”.
Un exabrupto como este, por supuesto, trae consecuencias inmediatas para la economía. Para muestra, basta revisar el comportamiento del dólar. Y es que solo en este último episodio, la moneda estadounidense volvió a rozar los S/4 cuando apenas unas semanas atrás había bajado a S/3,92.
Si eso no basta, el presidente del Banco Central también explicó de forma clara la gravedad del asunto. En una conferencia realizada el martes, Julio Velarde señaló que las recientes declaraciones de Castillo podrían llevar a que las expectativas de crecimiento de la inversión privada para el 2022 no mejoren (y el banco ya las estima en 0%).
Y como para sumar un poco más de tragedia a la receta, esto ocurre en la misma semana en que el BCR realiza su encuesta de expectativas empresariales. Como si el Gobierno del profesor se esforzara en dispararse a los pies y no le interesara recuperar la alicaída confianza empresarial que destruyó en su primer mes al mando.
Distintos defensores de Castillo intentan ahora justificar las palabras del mandatario diciendo que no quiso decir lo que realmente dijo. Si esto fuera así, igual se desprenden dos reflexiones sobre la generosidad verbal del presidente.
Por un lado, que no sabe controlarse cuando tiene un micrófono al frente, lo que lo lleva a tener un discurso para las plazas, otro en Palacio y un tercero en redes sociales. Y por otro, que todo lo que presenta el Gobierno ante los medios y el Congreso no es lo que verdaderamente opina, sino apenas una máscara que esconde lo que en realidad sería su política de Gobierno.
Cualquiera sea el motivo, las razones no dejan de ser inquietantes. Menos aun cuando luego de cada metida de pata tiene que salir un ministro como Francke a traducir lo que en realidad quisieron decir. Porque, como van las cosas, de la técnica del presidente bueno y presidente malo, bien podríamos pasar a una de un presidente malo y otro todavía peor.