Ayer terminó la decimoséptima edición de la Conferencia Internacional contra la Corrupción que cada dos años organiza Transparencia Internacional. Esta vez se llevó a cabo en Panamá, país que se ha visto envuelto recientemente en dos escándalos de corrupción, el del ex presidente Ricardo Martinelli –quien se encuentra en Miami cuando se le han iniciado varias investigaciones en su país, desde donde se afirma que habría robado unos US$5.000 millones de dólares– y el de los llamados Panamá Papers.
Al evento asistieron 1.600 personas de todo el mundo, entre organizaciones de la sociedad civil, autoridades y representantes del sector privado, quienes han debatido intensamente una nutrida agenda anticorrupción durante cuatro días bajo el lema “Tiempo de justicia: equidad, seguridad, confianza”. Simultáneamente se desarrolló la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación (Colpin), que reúne a los periodistas más representativos de la región, quienes se sumaron al debate contra la corrupción presentando los resultados de sus más relevantes investigaciones.
Se han tratado temas de gran actualidad, como las consecuencias que generan los Panamá Papers, la impunidad bancaria, la relación entre evasión de impuestos y corrupción, recuperación de activos, los flujos ilícitos de dinero desde los países pobres, derechos humanos y corrupción, entre otros.
Sin embargo, el momento álgido de la conferencia se produjo cuando se presentó el equipo de los 12 fiscales que investigan el Caso Lava Jato en Brasil, quienes recibieron de Transparencia Internacional el premio a la integridad. Lo primero que impresiona de este grupo es su juventud. Deltan Dalagnoll, quien los comanda, tiene 36 años, edad alrededor de la cual se encuentran todos los demás, lo que tal vez en parte explica su gran mística y motivación. Fueron ovacionados de pie por un auditorio emocionado.
El fiscal Dalagnoll explicó a los asistentes que a pesar de los espectaculares logros obtenidos luego de dos años de investigaciones de un esquema de corrupción que alcanza la sideral cifra de US$300.000 millones de dólares e involucra a más de 17 países, la corrupción no descansa ni tiene escrúpulos. Cual David enfrentando a Goliat, los 12 de Lava Jato han impulsado un caso que ha tenido severas consecuencias: una presidenta destituida, un ex presidente procesado, el presidente del Congreso en prisión y uno de los empresarios más poderosos del país (Marcelo Odebrecht) condenado a 20 años de cárcel y hoy colaborando con la justicia junto con otros 70 trabajadores de su compañía para reducir su condena. Pero no todo es tan bueno.
El día que los brasileños lloraban la tragedia de la muerte de sus futbolistas en un accidente aéreo, aprovechándose de esta circunstancia, a las 3 de la madrugada, un grupo de congresistas en ese país aprobó un proyecto de ley que pretende blindar a los políticos corruptos involucrados en el Caso Lava Jato con una amnistía. Esta movida de la corrupción es tan grave, que luego de recibir el premio, los fiscales anunciaron que si el Senado y el presidente pasan esa ley, renuncian colectivamente, lo que sería una tragedia no solo para Brasil, sino para el mundo entero que viene observando con esperanza cómo David pudo derribar al inmenso Goliat de una certera pedrada.
Este tema nos atañe directamente a los peruanos, no solo porque las implicancias del Caso Lava Jato llegan a nuestro país, sino porque de ser derrotado este ejemplar esfuerzo anticorrupción, nos trae una pésima noticia: la corrupción puede más que la reserva moral de un país.
Hoy la Comisión Presidencial de Integridad (CPI) debería entregar un conjunto de propuestas para combatir la corrupción con mayor eficacia en el Perú. Nos corresponde a todos apoyar esta iniciativa y hacer los esfuerzos necesarios para que esta vez no fracase un intento por controlar un problema que tanto le cuesta al país, no solo en términos económicos e institucionales, sino también en la afectación de los derechos fundamentales de millones de peruanos, especialmente los más pobres. Esperemos que el informe de la CPI sea la honda que necesita nuestro David para tumbar a Goliat definitivamente.