“¿Y dónde están los Guzmanlovers?”, escribe un avispado usuario de Twitter mofándose de la poco masiva convocatoria del candidato de Todos por el Perú en su día más difícil después de ser excluido de estas elecciones 2016. Una página de Facebook que hace parodias de la realidad política del país publica una calle del Centro de Lima vacía como en Viernes Santo diciendo “aquí los seguidores de Julio Guzmán indignados”. Antes que planificar cualquier acto de protesta, los votantes de Guzmán regresaron a su hábitat natural (las redes sociales) para buscar a su nuevo candidato. Con la misma velocidad de un adicto a la TV haciendo zapping, con la misma apurada voracidad de un comensal en Mistura, los seguidores de la marea morada se entregaron rápidos y curiosos a la búsqueda de un nuevo barco al cual subirse. Estamos ante el fenómeno del votante infiel. Sin sentimiento de culpa, el electorado del 2016 está abierto a los actos de seducción de cualquier aspirante a la presidencia. Es un votante coqueto y sin compromiso que en esta fiesta de votos no opone resistencia para irse a la pista de baile con un desconocido. En tiempos de partidos políticos débiles, en una campaña donde se extinguió la lucha de ideas, la fidelidad a un candidato es tan débil como la lealtad de un cibernauta a una página web. Todo cambia con el instinto letal de un clic de Internet. “Un video viralizado puede influir en la intención de voto con mucha facilidad y rapidez”, me explicó hace unos días el escritor y comunicador Gustavo Rodríguez. Así de rápido apareció Julio Guzmán, así de rápido podría irse. Han naufragado las convicciones políticas y el sentido de pertenencia a una ideología. El transfuguismo de los candidatos se ha mudado al ingrato corazón del votante. Si Lourdes y Alan pueden quererse hoy, si Barnechea rompió con su ex compañero García, si Alcorta se abraza con una Fujimori, si Villarán camina de la mano con Urresti, no debe sorprender que los electores sean seguidores de esa misma falta de consecuencia. En el Perú es más fiel un hincha de la U, Alianza, Cristal que uno de Guzmán, Acuña o PPK. Se ha banalizado la militancia desde la denominación de cada “corriente” política. Pásamos de PPKausas, a Guzmanlovers y ahora los Barnechéveres, sobrenombres ajustados con alevosía y ventaja a un errático público juvenil. La pregunta no es cómo protestarán los electores de Guzmán o Acuña ahora que no están en competencia sino es ¿a quiénes se irán sus votos? Como si en vez de votantes en el Perú tuviéramos una horda de polígamos perfectos que jamás tendrán el corazón roto. Si un viejo amor se les va, ya tienen listo un eficaz plan de contingencia. Estamos en una elección donde ya no ganará el mal menor, sino el plan B.