Se equivocaron todos. Los que apoyaron a Pedro Castillo creyendo que podía hacer un Gobierno decente; y los que se inventaron un fraude aterrados porque iba a llevar adelante una revolución comunista. Para ambas posibilidades se requiere de facultades que el presidente no tiene y compromisos que no le da la gana de asumir. Castillo es un presidente nefasto por su incapacidad y peligroso porque un país no solo se manda al traste con revoluciones trasnochadas sino también, o sobre todo, con mediocridad, ineficiencia y corrupción.
¿Por qué se sostiene entonces en Palacio de Gobierno? A decir de varios politólogos como Paolo Sosa, del IEP, el mejor aliado de Castillo resulta ser la oposición más recalcitrante; esa que imaginando que estaban frente a un genio demoníaco de la política, que tenía un plan para volvernos ‘Peruzuela’, se inventó un fraude inexistente, que le otorgó una partida de nacimiento vacadora. Aquellos que se creen tan inteligentes y que señalan a los ‘cojudignos’ por haber elegido un incapaz; se la han pasado tanto tiempo tratando de quitarle el puesto a Castillo por las razones equivocadas, que cuando ya existen motivos suficientes para exigir su salida, su discurso se ha vuelto vacío y su representatividad limitada.
Los antecedentes demuestran que para que un presidente se vaya se necesita el apoyo de la calle y cierto consenso que no vea en la decisión que toma el Congreso un oportunismo que solo busca sacar de Palacio de Gobierno a un impresentable para poner a otro. PPK y Merino renunciaron porque la calle lo pidió a gritos. A Vizcarra, en cambio, lo sacó un Congreso tan deslegitimado que su reemplazo no duró ni una semana.
Los peruanos sabemos que tenemos a un presidente con los días contados en el puesto. Estamos cansados de comprobar día tras día que somos las ratas de un laboratorio manejado por un irresponsable que no solo no entiende nada de lo que hace, sino que no le da la gana de aprender. Sin embargo, a estas alturas ya quedó claro que los que comparten almuercitos para sacarlo, tampoco están preparados para acabar con esta pesadilla. Desde sus curules no han marcado la diferencia. Al contrario, han desnudado sus propias limitaciones para asumir las riendas de un Gobierno.
¿Alguien en su sano juicio cree que la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, lo haría mucho mejor? ¿Por qué confiar en líderes políticos que le entran con tanto entusiasmo a la informalidad y el despelote que caracterizan al hombre del sombrero? Si hacemos un análisis de las medidas que ha tomado el Congreso veremos la cantidad de coincidencias que tienen con este Gobierno que dicen detestar. El presidente nombra ministros golpeadores de mujeres, los partidos políticos tienen varios bien sentados en sus curules; el presidente nombra a una ministra de la Mujer conservadora, el Congreso aprueba leyes que buscan volarse el enfoque de género y la educación sexual de la currícula escolar; el presidente mantiene a un ministro rey del transporte informal en el MTC, el Congreso ni siquiera quiere interpelarlo; el presidente se vuela la meritocracia en el sistema educativo afectando la calidad de la enseñanza, el Congreso aprueba leyes que debiliten a Sunedu. ¿Sigo?
Estamos frente a un mandatario que no tiene ni idea de lo que debe hacer con el futuro de millones de peruanos, que nos ofende con la displicencia con la que ejerce el cargo; sin embargo, los llamados a reemplazarlo tampoco ofrecen alternativas prometedoras, por eso le cuesta tanto a la ciudadanía apoyar mayoritariamente iniciativas de vacancia.
La mala noticia, si es que puede haber peores, es que este drama tiene para rato porque tantos años de pauperizar nuestra clase política nos han traído hasta acá, hasta este callejón sin salida donde cada vez que tenemos un descosido, su reemplazo resulta siendo un roto.