Decía el gran Winston Churchill que “una nación que intenta prosperar a base de impuestos es como un hombre con los pies dentro de un cubo, tratando de levantarse estirando el asa”. Los impuestos no ayudan a crecer a un país. Mal aplicados hunden al país junto con sus hijos.
Por estos días los paquetes “reactivadores” por poco llevan a que la mano del Gobierno termine tocando nuestras partes más íntimas, de tanto tratar de meter la mano en nuestras carteras y billeteras. Alonso Segura, ministro de Economía, a contramano de lo que sostenía Churchill, cree que asfixiando a los contribuyentes (apenas el 16,5% de la población) calentará los trabados motores económicos.
Literalmente, se está intentando poner de cabeza a los contribuyentes para que caiga hasta la última monedita y mantener el atrofiado aparato estatal, sin recomponerlo. Y solo por eso sería justo despenalizar el no pago de impuestos.
¿Por qué debemos financiar la incompetencia de quienes nos (des)gobiernan? ¿Por qué bancar a quienes están dándole al país andar de cangrejo: pasitos al costado y muchos para atrás?
Mantener a autoridades que no alcanzan la excelencia no es buen negocio. Allí está el caso de España, hoy convertida en el único país europeo que figura en la lista de países con índices de miseria, por sus altos índices de desempleo.
España se sobrepondrá, antes que después, por su extraordinaria infraestructura, sus puertos, carreteras, aeropuertos internacionales y demás. ¿Pero aquí qué?¿Qué infraestructura, qué caminos, qué trenes nos esperanzan avanzar al Primer Mundo?
En el Perú campea el mortífero coctel de la ‘corrup-improvisación’. Si aislados esos ingredientes son tóxicos, combinados son mucho peor.
Las obras se sobrevaloran y no se concluyen; las autoridades no saben de qué tratan sus cargos; los ministros impulsan leyes para asegurarse –luego– un puesto en el sector privado; los partidos de turno hacen caja para las próximas elecciones; se compran armas usadas apenas en desfiles patrioteros.
El Estado no tiene derecho a meter su manota en nuestra billetera para arrancharnos el fruto de nuestro trabajo honesto.
Mientras tanto, a los narcotraficantes, los madereros y mineros ilegales y hasta a los terroristas no se les cobra los millones en multas y reparación civil que le deben al Estado por sus delitos. Nadie busca los millones de dólares producto de chantajes, cupos y rescates que atesoran el MRTA y Sendero Luminoso en cuentas europeas. ¿Es moral todo eso?
Y ahora nos salen con un impuesto a los dividendos, para castigar el éxito empresarial y el buen ojo del inversionista.
¿No pagar impuestos es un delito? ¿Por qué no hay víctimas? Más bien podríamos considerar víctimas a las empresas, al empleado (quien podría usar el dinero que le retienen en asuntos más urgentes que asegurar el sueldo a los congresistas, por ejemplo).
Con nuestros “impuestos”, dicen, se financia la educación (la peruana es de las peores del planeta); la salud (miles de pacientes fallecen antes de conseguir un cita en los hospitales públicos), y así.
Entonces, Estado, un poco de decencia… ¡saca la mano de allí, de nuestras billeteras!