La fallida segunda vacancia ha dejado al país en un impasse negativo, destructivo, porque afianza al Gobierno y consolida ese patrimonialismo corrupto que llevó a plantear la propia vacancia. En efecto, de un lado, fortalece la alianza de Castillo con Cerrón, que le brinda votos en el Congreso para protegerlo de una vacancia. Por lo tanto, perpetúa los feudos del secretario general de Perú Libre en el Minsa, Essalud y el Minem, espacios en los que el mencionado patrimonialismo se despliega sin freno.
Y, de otro lado, refuerza la práctica de “comprar” congresistas vía la distribución de obras dentro del esquema descrito por la fiscal anticorrupción Karla Zecenarro, por las que se cobraría una comisión. Esta práctica habría resultado muy eficaz para prevenir la vacancia.
Se da la paradoja perversa de que lo que tipifica como incapacidad moral si se comprueba la participación del presidente en esos arreglos es precisamente lo que impide la vacancia, porque las mismas corruptelas se usan muy eficientemente en la cooptación de congresistas.
Entonces, no hay manera de salir de ese círculo vicioso, que lleva inexorablemente al deterioro creciente de la gestión estatal y de la economía, porque los instrumentos que se usan para proteger al presidente suponen ahondar la corrupción.
¿Qué hacer? Una alternativa sería ver la forma de liberar a Castillo de su dependencia de Cerrón, porque de los chotanos y sobrinos se está encargando la fiscalía. Para ello, se podría ejecutar una estrategia de pinzas: por un lado, intensificar la presión fiscalizadora censurando a ministros no calificados o prontuariados, tal y como se ha hecho con Condori, y, por el otro, suspender precisamente la amenaza de la vacancia y ofrecerle al presidente un acuerdo que incluya estabilidad a cambio de poner buenos ministros en esos sectores clave. Pero ese objetivo, salvar a Castillo de sí mismo, requiere un grado de desprendimiento y de concertación política entre las bancadas de oposición que parece poco realista.
Lo lógico –si la racionalidad existiera– sería que el propio presidente Castillo entregue el Consejo de Ministros a la oposición, al estilo de la cohabitación francesa, con un presidente del Consejo de Ministros empoderado –que podría ser independiente para no comprometer a los partidos– que se convierta en la práctica en jefe de gobierno. Eso sería de lejos lo mejor para Castillo y para el Perú. Una sorpresa que la política le daría al país y que despertaría esperanza de que podemos entendernos mejor.
El problema es que la oposición sabe que tarde o temprano podría revelarse un hecho que vincule directamente a Castillo en un acto de corrupción. ¿Cómo comprometerse entonces con el Gobierno, por más que el premier y los ministros sean independientes? Seguimos atrapados. Si se diera un caso como ese, sin embargo, la presidencia pasaría a manos de Dina Boluarte, dentro de un esquema similar; es decir, con un Gabinete fuerte.
Una vía alternativa sería una concertación entre grupos de izquierda y centroizquierda con partidos de centro para avanzar en la vacancia en favor de Dina Boluarte, conformando un Gabinete con una selección de ministros de Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra y Francisco Sagasti. Esta sería una manera de romper este entrampamiento. Pero requiere iniciativa y capacidad política de parte de las dirigencias para ponerse de acuerdo.
Es la hora de la política, de la política en serio, porque la alternativa: mantenernos en el statu quo del impasse actual, solo nos lleva a la involución nacional y al caos social. Esto ya lo estamos viendo con el alza del costo de vida, los paros de camioneros, las revueltas como la de Huancayo y los ataques a las minas fuera de todo control y con el aliento secreto de los operadores de Perú Libre del Ministerio de Energía y Minas. Decidámonos.