Pese a que ningún sistema de salud en el mundo estaba preparado para la pandemia, esta ha golpeado con especial severidad en América Latina. En el Perú, la inadecuada organización y financiamiento de los servicios de salud han dificultado la respuesta a la emergencia, derivando en un enorme costo humano, social y económico. La crisis sanitaria cogió por sorpresa a un sistema de salud fragmentado con servicios que no responden a las necesidades de la población y sin financiamiento adecuado. No obstante, ofrece también una oportunidad para reformar el sistema de salud de manera que todas las personas puedan acceder a servicios de calidad de acuerdo con sus necesidades.
Un primer desafío clave es resolver la fragmentación del sistema de salud. Esta se expresa en una superposición de servicios; es decir, servicios que se ofrecen de manera duplicada por falta de cooperación entre redes paralelas; una débil coordinación entre los diferentes subsistemas de salud (público, seguridad social y privados) y niveles de atención que limita la continuidad de los cuidados a la salud; y un deficiente manejo de la información con limitaciones para el recojo y sistematización que impiden estrategias basadas en evidencia y seguimiento de los pacientes.
Por otro lado, la oferta actual de servicios de salud no está conectada con las necesidades reales de la población. El primer nivel de atención continúa orientado a atender enfermedades transmisibles y materno infantiles, pesa a que actualmente un 77% de la carga de enfermedad son debidas a enfermedades no transmisibles y crónicas. Esta distorsión en la oferta de servicios de salud genera una saturación de los servicios hospitalarios, e ineficiencia de los servicios de primera entrada, lo que dificulta el acceso de la población.
Finalmente, el financiamiento en Salud ha venido siendo insuficiente, inequitativo y carente de los incentivos adecuados para atender a la población. El Perú es el país de la región con el menor gasto per cápita en salud (US$766 en 2019). El presupuesto asignado a Salud para el 2021 es un 24% menor que el presupuesto modificado del 2020, pese a una mayor necesidad de inversión por la pandemia. Esta subinversión se expresa, por ejemplo, en la falta y precariedad de la infraestructura de salud y en el desabastecimiento de medicinas. Además, el sistema de financiamiento es fragmentado; es decir, no promueve el enfoque de red, no ofrece un paquete de beneficios universal, no crea los incentivos adecuados para mejorar el desempeño de los servicios y traslada altos costos de bolsillo a los ciudadanos, afectando especialmente a la población más pobre.
Las notas de política del Banco Mundial destacan tres medidas prioritarias para hacer frente a estos desafíos.
Primero, fortalecer e integrar realmente el sistema de salud para que brinde servicios de calidad de manera eficiente, inclusiva (que permita un acceso equitativo a los servicios), escalonada (que busque dar respuesta a los problemas de salud según el nivel de complejidad que se requiera), pero a la vez con continuidad de la atención (que asegure que los pacientes sean transferidos a servicios de mayor complejidad cuando sus problemas de salud así lo requieran). Ello pasa por implementar mecanismos de pago que progresivamente transiten del financiamiento definido por presupuestos históricos a un financiamiento cimentado en costos reales y basado en la cantidad y calidad de servicios que sean adecuados al nivel de complejidad del establecimiento (compra estratégica de servicios).
Segundo, acercar los servicios a las personas y orientarlos a sus necesidades, con calidad y protección financiera. Para ello, es necesario focalizar la atención primaria en las necesidades de la población que ahora requiere más servicios para las enfermedades crónicas no transmisibles.
Tercero, invertir en fortalecer los sistemas de información para una mejor y oportuna entrega de servicios de salud, mejor vigilancia epidemiológica y respuesta, y en aspectos como fortalecer las capacidades del personal de Salud y mejorar la conectividad.
La pandemia ofrece la oportunidad para repensar un sistema de salud universal y sostenible que atienda las necesidades de la población en tiempos de calma, y que responda y se sostenga ante las exigencias de en tiempos de crisis.