Hay una nueva cacería de brujas que esta vez enfila contra los que quieren votar nulo, en blanco o simplemente quedarse en su casa sin siquiera ir a sufragar. Los tildan de cobardes, de poco comprometidos o les advierten de que será su culpa si el comunismo de Castillo les decomisa hasta los calzones o el fujimorismo de Keiko les aplasta la bota del autoritarismo contra la nuca. Una especie de histeria cívica se ha apoderado, curiosamente, de muchos de los que se quedaron viendo una película en su casa en primera vuelta y ahora miran con horror el resultado de su flojera.
La encuestadora Datum reveló este viernes el primer simulacro de votación, y los números están de infarto: 44% marcó en la cédula por Pedro Castillo, 41% por Keiko Fujimori, el 8% dejó su voto en blanco y el 7% lo decoró con aspas o dibujitos obscenos; o sea, lo vició. Con un margen tan ajustado de diferencia, cada voto cuenta, ya sea para que Castillo no se desmorone o para que crezca Keiko. La final va siendo de fotografía, y ese 15% que va a ir a votar solo para que no le pongan la multa tiene en este momento mucho poder. Por eso el acoso.
¿Pero estamos realmente los peruanos obligados a elegir? La Constitución política define claramente el voto como un derecho de los ciudadanos mayores de 18 años y señala también que es obligatorio ejercer ese derecho hasta los 70 años. Es decir, los inscritos en el padrón electoral de Reniec debemos acudir a las urnas sin chistar porque, de lo contrario, nos pondrán una multa. No hay ni una sola línea en nuestra Carta Magna que indique cómo debemos ejercer ese derecho. No señala (porque sería absurdo) por quién votar ni cómo. No orienta la motivación del voto, da lo mismo si uno marca con cólera, por venganza, por convicción o por el mal menor. De acuerdo con nuestras leyes, estamos obligados a ir a votar, pero una vez que entramos a la cámara secreta cada uno decide cómo ejercer su derecho.
El voto viciado o nulo no solo no está prohibido, sino que según la Ley Orgánica de Elecciones 26859, si estos suman dos tercios y superan a los válidamente emitido, el JNE puede invalidar el proceso. No es este el contexto, pero si una dictadura disfrazada de democracia convocara una pantomima de elecciones, el voto blanco o viciado sería una herramienta de protesta, sería un as bajo la manga para no ser obligado a refrendar algo en lo que uno no cree.
¿Hay superioridad moral o más compromiso con la patria si elijo a algún candidato? Me parece que ese es un argumento caprichoso y chantajista. Todo el que va a elegir al candidato A, B o a ninguno sabe que lo que haga con esa decisión repercutirá sobre su vida y sobre la de millones de ciudadanos. Todo el que toma un camino sabe que esa escogencia acarreará consecuencias. El voto blanco o nulo no es de ninguna manera un acto de soberbia o de pureza intelectual, es, en este momento más que nunca, la posibilidad de decir “así no”. De manifestar en un acto que tendrá que aceptar los resultados de las elecciones, pero que no está dispuesto a apoyar un proyecto que va en contra de todo lo que ha defendido en su vida.
Esta columna no busca alentar el voto viciado, nada más lejano. Solo recordar que ese también es un derecho respetable, legal y que implica, para quien lo ejerce, una responsabilidad tan fuerte, aplastante y dolorosa como debe ser para otros votar por alguien a quien detesta.