Cuando concluye la Segunda Internacional Socialista en 1904, luego de un largo debate, se produce una división. De ella nace el llamado socialismo democrático, integrado por un conjunto de partidos como la Social Democracia alemana, el Laborismo británico y el Socialismo francés. Unos años después se fundaron otros del mismo signo ideológico en Italia, España, Portugal y Grecia.
Estos partidos comenzaron, poco a poco, a distanciarse de la ortodoxia marxista e incorporaron el humanismo, sobre todo el kantiano, manteniendo algunos conceptos marxistas que no estuvieran reñidos con la democracia, el Estado de derecho y el gradualismo reformista. La idea central era llegar a la sociedad justa y equitativa, pero sin suprimir las libertades individuales y sociales. El Parlamento sería el medio para la transformación pacífica de la sociedad.
Mención especial merece el Partido Laborista inglés, que nació de una alianza entre la Sociedad Fabiana: un grupo de intelectuales de izquierda como George Bernard Shaw, la anarquista Charlotte Wilson, la feminista Emmeline Pankhurst, el escritor H.G. Wells, el joven filósofo Bertrand Russell, y sus creadores Sidney y Beatrice Webb. Los otros fundadores fueron los Trade Unions (sindicatos) y el partido Social Demócrata inglés.
El socialismo democrático francés tuvo un proceso más complejo en su formación, pero luego de un deslinde ideológico entre la tendencia revolucionaria y la reformista, primó esta última, representada por Juárez y Millerand.
Un caso particular es el socialismo español: inicialmente tuvo influencia anarquista, posteriormente desplazada por la marxista, a partir de las ideas y las interpretaciones que sobre la realidad española hacía el Dr. Vera, una especie de Mariátegui ibérico. Fueron fundadores de este partido Pablo Iglesias (el más conocido), García Quejido, Gómez La Torre y los hermanos Raúl y Diego Abascal. En su interior se formaron tres tendencias que supieron convivir a pesar de sus diferencias hasta la Guerra Civil. El Partido Socialista Obrero Español reaparece tras la muerte del generalísimo dictador de derecha, Francisco Franco, durante la transición hacia la democracia que lideró Suárez.
A nuestro entender, quizás el principal aporte de este socialismo democrático, sobre todo en Europa Occidental, es el Estado de bienestar. Tiene dos orígenes: uno sueco y el otro inglés. En el país escandinavo se realizaron una serie de reformas en el Estado liberal neoclásico en crisis frente al avance de los totalitarismos marxistas-leninista y al nazifascista. Luego de una alianza entre los socialistas, sindicatos y la burguesía capitalista, se acordó poner en práctica la planificación económica y los sistemas públicos de protección social, dando origen a un nuevo modelo socioeconómico. Estas medidas, entre otras, salvaron la democracia en Suecia y se le llamó la “revolución silenciosa”.
La vertiente inglesa nació por la influencia de John Maynard Keynes, quien sostuvo que, ante la recesión de 1929, el Estado tenía que intervenir en la economía sin miedo a la deuda pública que se generaría por el aumento del gasto. Las ideas de Keynes fueron aplicadas en el ‘New Deal’ de Roosevelt y luego de la Segunda Guerra Mundial por los sociales cristianos alemanes, Erhart y Adenawer. De las ideas que le dan sustento al Estado de bienestar, nace la economía social de mercado. La aplicación del Estado de bienestar con su economía social de mercado fue un éxito para Europa Occidental porque mientras se mantuvo vigente, antes de ser semidesmantelado por los neoliberales europeos en el marco de la globalización, alcanzó un desarrollo económico y social nunca antes visto.
Esta propuesta económica, política y social es lo que el politólogo inglés Anthony Giddens llama “La tercera vía”.
¿Podemos encontrar algunas semejanzas en el Perú? En el plano de las ideas, sí. Por ejemplo, algunas referencias en la ideología de Acción Popular y del Apra auroral. Incluso en este último caso, Alan García se declaró socialista democrático y el Apra se adhirió a la Internacional Socialista durante su primer gobierno. Pero en el plano de los hechos no ha habido nada semejante en nuestro país ni por asomo y, para desgracia, jamás se aplicó la economía social de mercado que está en la Constitución vigente y en la de 1979. Esta es una de las razones de nuestro atraso social que develó aún más el COVID-19 y ha generado la polarización política e ideológica en la que nos encontramos.