Estamos en una carrera contra el tiempo. No me refiero a la electoral, que esa tiene plazos que se cumplen sin alharaca. Las restricciones sanitarias no van a alterar su esencia: los candidatos se ahorrarán los pagos de publicidad en TV y radios (no por pandemia, sino por la Ley 30905 del 2018) y la parafernalia de los mitines.
La carrera es del Gobierno y de la sociedad contra la muerte. Así de simple y macabro. La vacunación empezará en febrero y aunque la hagamos lo más rápida y masiva posible –a eso tiene que estar apuntando la comisión multisectorial de la PCM– pasarán varias semanas para que la segunda dosis surta efecto en una cantidad significativa de peruanos. Sabremos mejor de cómo podría irnos cuando empecemos a recibir los reportes de los países que empezaron a vacunar en diciembre.
Lo terrible es que la tendencia de contagios crece y ya empezó a saturar la capacidad de atender casos graves. No podemos resignarnos a esperar la vacuna mientras los muertos caen a pasto hasta que la inmunización masiva haga lo suyo. Aquí está el límite mortal de la estrategia ‘todos a la vacuna’ y el mandato moral para que el Ejecutivo tome otras acciones.
La ministra Pilar Mazzetti, en una conferencia de prensa a fines de diciembre, dio a entender que el personal médico es limitado y no hay cómo ampliarlo. Le preguntamos al presidente Sagasti, en la entrevista que le hicimos en El Comercio, si se van a aplicar medidas y recursos extraordinarios más allá de la vacuna y respondió que han hecho un cambio normativo para que el Minsa disponga más rápidamente de dinero para adquisiciones de emergencia, y que están preparando un plan con indicadores que marcarán, en una escala de blanco, anaranjado y rojo, qué hacer en cada región. En resumen, que pronto nos comunicarán las acciones.
En cuanto a las medidas, también se nos comunicarán pronto, pero, de hecho, tendrán que concentrarse en la disuasión de aglomeraciones y contactos. La campaña electoral es una extraordinaria oportunidad para que el Ejecutivo y todos los candidatos sirvan de ejemplo en la práctica de la prevención y la distancia social.
Pero no habrá que esperar que la tendencia siga escalando para imponer restricciones. Lanzo una de ejemplo: hemos sido especialmente indulgentes, en medio de tremendos rigores, al permitir la operación casi plena de los restaurantes. Allí se dan cientos de miles de pequeñas interacciones de grupos de dos a más personas, en las peores circunstancias sanitarias (sin distancia, sin mascarilla y hablando a viva voz). No van a desaparecer, ya han aprendido mucho de delivery. Y solo así, con medidas y acciones extraordinarias, podremos llegar más o menos enteros a la inmunización. No tomar acciones sería, para autoridades y ciudadanos, una negligencia criminal.