Más de medio siglo tomó a Estuardo Núñez investigar y reunir información sobre los extranjeros que viajaron por el Perú y dejaron testimonios sobre la naturaleza, el paisaje social, la arquitectura, el crecimiento, el deterioro, las costumbres, la guerra y el comercio. Un libro enorme resultó del rigor y la pasión de Núñez, libro que atesora en sus páginas pequeñas verdades y grandes revelaciones sobre nuestra historia. El domingo pasado reseñé algunos comentarios de tres ingleses que llegaron al país en los azarosos tiempos de la independencia: Basil Hall, Robert Proctor y Hugh Salvin. Escribí que continuaría porque el espacio es ingrato cuando tanto hay para decir. Proctor, financista que llegó para tantear qué tan viable era el Perú como destino para las inversiones inglesas, presenció durante su estadía la tensión política que generaron los cambios abruptos que sufría el Perú recién fundado. Lima pasaba de manos patriotas a manos realistas en ocupaciones fugaces que solo exacerbaban la inestabilidad.
Proctor fue testigo del asedio de bandidos y asaltantes que se colaban entre los montoneros que apoyaban la causa patriótica. Cuando quiso viajar de Lima a Cerro de Pasco siguiendo la ruta de Canta, tuvo que detenerse en Obrajillo y frustrar su viaje, pues fue advertido de que los españoles habían ocupado Pasco. Una peculiar y no menos divertida respuesta recibe del capataz de una finca cuando Proctor le pregunta si había pulgas en la casa en la que debía hospedarse. El hombre le responde que sí, que las había hembras y machos. Al finalizar su estadía de un año en Lima, Proctor resuelve que Gran Bretaña, que se había declarado neutral en la guerra entre España y sus colonias, debía ser aliado de nuestros mercados emergentes y prósperos. Se reforzó así una nueva ruta para el comercio inglés, para los productos que empezaron a llegar al Callao desde sus colonias y, por supuesto, para los productos peruanos que salieron con más fuerza al mundo. Uno de ellos: el guano. Pero, regresando a la independencia, fue Hugh Salvin, capellán de la flota inglesa, quien estuvo en medio de los enfrentamientos entre los ejércitos patriotas y los realistas. Salvin también fue testigo de los agasajos que recibió Bolívar luego de su triunfo en Ayacucho. Describe un gran baile que ofrece el comerciante inglés Alsop en su casa el primer día de enero de 1825 en honor de Bolívar; cuenta cómo el vals que había visto en España y Valparaíso había sido adaptado al ambiente, cómo un alegre Bolívar bailaba con una joven dama de Lima, probando todas las formas de vals, incluso la zamacueca. Salvin conversó con él, estableció amistad con Hipólito Unanue y recibió el dramático testimonio nada menos que de Rodil, a quien encontró refugiado a bordo del Britton listo para partir a España tras rendirse luego de una tenaz resistencia atrincherado en la fortaleza del Callao. Con su capitulación, desaparecía el último ejército español de América del Sur. Así como estos ingleses, muchos otros extranjeros fueron testigos de una época fundacional en nuestra historia republicana. Época no exenta de exaltaciones, pero en la que la verdad superaría todo artificio de la ficción.