El lunes por la noche, el presidente Pedro Castillo dio su primer mensaje a la nación. Pomposo título para hacer anuncios que bien podrían haber sido comunicados en una conferencia de prensa de algunos ministros. El mensaje político subliminal fue este: estoy gobernando, estoy a cargo del país, estoy haciendo cosas. El resultado: se ratifica que no sabe lo que es gobernar y que el cargo le queda enorme.
Pero esa ‘nada’ en la que se mueve Castillo configura una situación bastante menos mala en comparación con el supuesto de haber tenido al frente a alguien con liderazgo y capacidad de llevar a cabo sus ideas.
No olvidemos que sus objetivos programáticos se alinean con las tres dictaduras que subsisten en América Latina: Cuba (62 años), Venezuela (23) y Nicaragua (15).
Dada la inocultable admiración de nuestros gobernantes por esa forma de gobernar, es muy importante saber si estamos avanzando por el mismo sendero. Y, afortunadamente, la respuesta es que una cosa es querer y otra, poder.
Es verdad, sin embargo, que algunos rasgos de la situación que vivimos coinciden con el origen de esos regímenes. Uno de ellos es la profunda crisis política generada por la corrupción, la mediocridad y la frivolidad de la mayor parte de la clase política. Esto ha llevado a la población a refugiarse en alguien “nuevo” que exprese un cambio y la reivindicación de sectores postergados.
Ahora bien, no es la primera vez que se vota mayoritariamente por ‘outsiders’ y luego se cae en un profundo desengaño. Están los ejemplos de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Humala. La diferencia es que la decepción se está produciendo mucho más rápido en el caso de Castillo.
En cambio, los regímenes autoritarios mencionados tuvieron líderes que lograron una enorme simpatía en la población. Fidel Castro lo hizo por décadas; Daniel Ortega y Hugo Chávez, por el tiempo suficiente para hacer aquellos cambios constitucionales que les permitieron mantenerse en el poder y controlar todas las instituciones. En los tres casos, cuando el descontento se volvió predominante, ya no había democracia ni medios de comunicación independientes y la represión a los opositores se generalizó.
Pedro Castillo está muy lejos del liderazgo de los mencionados y ni siquiera logra construir una coalición de gobierno que tenga cierta consistencia y capacidad, y que lo reconozcan como el jefe indiscutido del proyecto. Peor aún, tiene un Gabinete irremediablemente manchado por la presencia de extremistas admiradores y hasta partícipes de Sendero Luminoso, organización terrorista que tiñó de sangre al país. Todo ello entremezclado con la corrupción de Vladimir Cerrón y la cúpula de Perú Libre en el Gobierno Regional de Junín.
Otro detonante para la emergencia de esos regímenes autoritarios ha sido que la población esté viviendo una situación de precariedad extrema o que muchos hayan perdido las mejoras obtenidas en períodos previos. En nuestro caso, por la pandemia.
El Gobierno, que ha ofrecido que no habrá más pobres en un país rico, ha causado desde su llegada que la capacidad adquisitiva de las familias más pobres haya empeorado. Y es que, como consecuencia de la incertidumbre e inestabilidad, han subido de manera inusual e importante los precios que más afectan la calidad de vida de los más pobres.
Yendo a la madre de todas las batallas, no parece que vayan muy bien en el intento de lanzar un referéndum para convocar una asamblea constituyente. No tienen los votos en el Congreso y el tema no está para nada dentro de las prioridades de la población, como muestran todas las encuestas que se han publicado.
El tema no fue siquiera mencionado por el presidente del Consejo de Ministros en su presentación ante el Congreso. Una táctica que funcionó para la jornada, pero que, a la vez, es un reconocimiento tácito de que conseguir el objetivo se hace cada vez más lejano.
El despelote y consiguiente desprestigio del Gobierno se vuelve así el principal freno para que pueda apostar por sus planteamientos maximalistas.
Que Bellido tenga que tratar de disimular su antediluviano machismo para sobrevivir en el cargo es mucho menos malo que tenerlo urdiendo cómo poner en práctica sus extremistas puntos de vista.
Que Maraví siga en el Gabinete –pese a que no estuvo con Abimael Guzmán solo desde la fundación del Movadef, sino que lo acompañó en su aventura terrorista desde 1980– confirma que al presidente le preocupa muy poco lo que Sendero Luminoso le hizo al país.
Cómo estaremos de mal que esas sean buenas noticias o, al menos, no tan malas como las que podríamos tener.
Ahora bien, (des)gobernar como lo están haciendo es un desastre por el tiempo que dure. Pero es menos malo sabiendo que su problema hoy es si logran quedarse en el poder por cinco años, quedando casi descartada la posibilidad de que logren eternizarse como sus referentes en los países mencionados.