“Nosotros nos contamos historias para poder vivir”, es una frase de Joan Didion que calza perfectamente con esa otra del gran Ricardo Piglia para quien la sociedad humana no es solamente “una red” de intercambios económicos o sentimentales sino, principalmente, “una trama de relatos” que buscan darle sentido a nuestro brevísimo paso por este planeta. Lo que caracteriza a Dion es que sus crónicas, novelas y escritos autobiográficos expresan con crudeza que la vida es corta, caótica y por ello plagada de incertidumbre, pena y desencanto.
Ciertamente, para la autora de “The year of magical thinking”, libro publicado en el 2005 cuando nos abrió su corazón para compartir la enorme tristeza de perder repentinamente a su compañero y meses después a su única hija.
Nacida en California, con la cual se identificó y a la cual volvió luego de algunos años de experimentación en Nueva York donde falleció este último viernes, Joan Dion aprendió desde niña a recurrir a las palabras para remontar situaciones difíciles. En “Slouching towards Bethlehem”, escrito durante la revolución contracultural, confesó que la capacidad de pensar por uno mismo dependía del buen uso del lenguaje. Sin embargo, las claves para enfrentar la frágil condición humana −incluido el necesario cambio de las reglas de juego impuestas por el sistema imperial norteamericano que también criticó− no radica solamente en el manejo del idioma. En el discurso de clausura en la Universidad de Riverside, pronunciado en 1975, Didion no les pidió a los graduados hacer del mundo un lugar mejor porque entendía las limitaciones de una tarea a favor de un “progreso” que no venía al caso. Lo que más bien hizo fue exhortarlos a vivir y no solo “soportar y sufrir” los desafíos de la existencia. Mirar cara a cara a la vida y obtener una fotografía de ella, asumiendo sus retos, completando el trabajo y los objetivos personales para finalmente sentirse orgulloso por los frutos obtenidos.
Recordando a la gran Joan Didion, refugiándose en las palabras, pero también en una vida vivida sin miedo, vino a mi memoria la historia de Jesús Luque, el protagonista de “Manco Cápac”, una película dirigida por Henry Vallejo y financiada por el Ministerio de Cultura. La vida de Jesús, como la del personaje que representa, es dura: recogiendo leña, ordeñando vacas o pastando ovejas ajenas por menos de un sol diario. De esta vida gris y sin esperanza logró huir con una radio analógica en la que Luque sintonizaba “Mi novela favorita”, un podcast de RPP comentado por Mario Vargas Llosa. En una entrevista a Luis Paucar en “La República”, Luque comentó la importancia de los clásicos, pero también de los relatos en quechua en una radio comunitaria, para seguir viviendo. Luque señaló que “su vida quedaba en segundo plano cuando empezaba a imaginar la de otros. Una vez escuché a alguien preguntar si estos programas tienen futuro. Pensé, de inmediato, en eso que produjeron en mí. Claro que tienen futuro si un niño como yo, allá en la puna, sueña al escucharlos”. Sin experiencia previa de actor, pero con las palabras como ancla y faro, Jesús decidió ser el agente de su destino y acudió a la preselección de “Manco Cápac”. Los premios que ha logrado acumular retratan su perseverancia y la del migrante del ande a la ciudad, a quien da vida su personaje Elisban. Las palabras que le permitieron sobrevivir en Norteamérica a Didion y sus lectores junto a un Estado financiando nuestras industrias culturales pueden colocar al Perú, experto en resistir la adversidad celebrando la vida, en el sitial que se merece.
¡Felices fiestas y mucha salud, paz y éxitos en el 2022, año de nuestro Bicentenario como República libre e independiente!