Su nombre es Keiko Rodríguez. Estudió en buenas universidades en Estados Unidos. Su padre, Alberto Rodríguez, es un ingeniero graduado de la Universidad Nacional Agraria y profesor de la misma. Llegó a ser rector. Keiko se casó con un norteamericano. Según su CV, nunca tuvo un trabajo realmente serio. Postuló sin éxito al Congreso. Quiere postular a la Presidencia de la República.
A duras penas consigue, eso sí, cumpliendo todos los requisitos legales, inscribir su partido. Como es poco conocida, no recibe muchos aportes para su campaña. Se conforma con anuncios modestos y austeros.
No es una gran oradora. Es más, es una oradora mediocre. No tiene un plan de gobierno muy claro. Eso sí, es una persona empática, inteligente pero no brillante.
Lamentablemente para sus pretensiones, queda capturada en el anonimato de lo que las encuestas denominan “otros”. No llega a superar el 1% (en realidad, está muy debajo de eso).
El día de las elecciones sale temprano a votar y ningún periodista la espera para entrevistarla en la puerta de su casa ni en el centro de votación. Luego regresa a su casa, que es a la vez el local de su partido. Se sienta frente al televisor a esperar un milagroso tsunami de votos que la saque del fondo de las preferencias. Se anuncian las encuestas a boca de urna al cierre de la votación. Para nadie es una sorpresa (ni siquiera para ella misma) que su nombre siga perdido en el rubro “otros”. Más tarde el conteo rápido confirma la situación.
Los improvisados miembros de su partido le dan palmaditas en la espalda, acompañadas de frases motivadoras, que en realidad no motivan mucho, y se retiran. Su esposo la abraza y le dice: “Mañana será otro día”. Finalmente, así es la ilusión política. Dura hasta que se anuncian los resultados para casi todos menos para el que gana.
La historia de Keiko Rodríguez es virtualmente idéntica a la de Keiko Fujimori. La diferencia principal es su apellido, que no es otro que el apellido de su padre. A partir de allí los hechos desencadenan resultados muy distintos. Sin el Fujimori después del Keiko las posibilidades de la candidata serían prácticamente nulas.
El voto genético es un riesgo común en un país con institucionalidad débil. No se concentra necesariamente en los méritos sino en los genes, clonados ilusamente a través del apellido. Surge en el imaginario popular que los mismos genes clonarán los mismos resultados
No se puede negar que hay gente que añora a Fujimori. A pesar de las barbaridades que perpetró, hay personas (una muy buena cantidad aparentemente) que están dispuestas a hacerse de la vista gorda con la campante corrupción o los excesos contra nuestros derechos y libertades, y votar con la ilusión de la mejora económica y una mayor seguridad.
Keiko (Fujimori) habla siempre de que carga una mochila por los pasivos de su padre. Pero olvida que esa mochila contiene todo el sustento de su carrera política. Trae más a su favor de lo que le quita. Es verdad que sin su apellido habría menos antis en su contra. Pero sin esa mochila no tendría siquiera oportunidad de una carrera política. Perdería mucho más de lo que ganaría con apellidarse Rodríguez. No se puede negar que, más allá de los aciertos o desaciertos de su campaña, lidera hoy las encuestas gracias a la asociación genética con su padre.
No quiero que se me malentienda. Tengo la impresión (ojalá) de que Keiko (Fujimori) es bastante mejor persona que su padre. Parece (de nuevo ojalá) que los genes no necesariamente transmiten la maldad o la falta de escrúpulos que llevan a rebasar todo límite. El problema, más que genético, es político: más que en los Fujimoris está en los fujimoristas, a pesar de la purga del sector más duro y tradicional de los escuderos de su padre.
En síntesis, más que parecerse a su padre, el mayor riesgo está en que sin su apellido no tendría ninguna oportunidad.