Otto Weininger (1880-1903), loco genial, filósofo precoz y suicida, misógino a ultranza, dice en su famosa obra Sexo y Carácter que la mujer no es otra cosa que sexo; que lo sexual y lo femenino son sinónimos; que la mujer es la sexualidad misma; que “la única propiedad positiva absoluta de la mujer es la tercería, que puede definirse diciendo que es la actividad al servicio de la idea del coito en general”; que el coito es lo único que ella valora; que ella misma es, en suma, “el albergue del pensamiento de la cópula”.
“Groseramente expresado –dice Weininger–, el hombre tiene un pene, pero la vagina tiene una mujer.”
Weininger, vienés apasionado y brillante que se disparó un tiro cuando apenas tenía 23 años, consideraba que la mujer era puro sexo. Algo de esto, aunque naturalmente sin tanto enardecimiento, es apreciable mediante el análisis derivacional de lo que en escritura cuneiforme significa mujer. En sumerio, la designación cuneiforme de mujer es munus (figura 1) y descomponiéndola (figuras 2, 3 y 4) descubrimos la forma raigal y primigenia, sal (figura 5), o sea vulva.
Tiene, pues, respetable antigüedad la creencia de que la mujer personifica, encarna, representa, manifiesta y patentiza lo sexual. Lo afirmaba con afán denigratorio la patrística y también Weininger. Yo me limito a comprobar el hecho y los hechos son los hechos y ante ellos no valen los argumentos, o lo que es lo mismo, sólo que con sentencia latina: Contra facta non argumenta.
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