Han pasado más de 48 horas desde que el ministro del Interior Avelino Guillén presentara su renuncia “irrevocable” al cargo y ni el presidente Pedro Castillo ni la presidenta del Consejo de Ministros Mirtha Vásquez se han pronunciado al respecto. Si es verdad, como afirmó esta última en entrevista con RPP a inicios de semana, que ella respalda de manera “total” al titular del Interior, hay que decir que su respaldo solo tenía efectividad de la boca para afuera. Que era un bonito eslogan, pero que no tenía anclaje en la realidad. Más aun cuando, según reveló el ministro renunciante anoche en entrevista con “Epicentro TV”, la última vez que se reunió con la titular del Gabinete para comentarle su decisión de dar un paso al costado esta “solamente escuchó mi decisión”.
Vale recordar que no estamos frente a una dimisión cualquiera. Las afirmaciones de Avelino Guillén en la mencionada entrevista no son poca cosa y confirman lo que este Diario, junto con otros medios, han venido informando en las últimas semanas. Esto es, que el comandante general de la Policía Nacional del Perú (PNP) Javier Gallardo viene conduciendo la institución policial de una manera reprochable, intentando remover a generales de reconocida trayectoria, tratando de reubicar a otros bastante cuestionados al mando de direcciones clave, y recortándole presupuesto y miembros a la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (Diviac).
Frente a ello, dos semanas atrás, el ministro Guillén le planteó al presidente Castillo que pasara al retiro al general Gallardo, el mismo al que el mandatario nombró en setiembre pasado y al que recibió en Palacio de Gobierno al menos 15 veces desde entonces. “Yo he esperado durante dos semanas la respuesta del señor presidente y su silencio, para mí, es un indicativo muy claro y directo de que él está asumiendo una posición de respaldo de la posición del señor comandante general de la PNP”, expresó Guillén anoche.
Como dijimos anteriormente, el silencio presidencial es en extremo elocuente. Puesto a decidir entre un general salpicado por las sospechas (incluyendo las gravísimas acusaciones del exsubcomandante general de la PNP, Javier Bueno, sobre cómo su otrora superior cambió las reglas de juego de los ascensos en la institución para tener el control total sobre el proceso) y un ministro que le pedía que corrigiese esta situación, se ha decantado por el primero. La indecisión, en este caso, es complicidad y coloca al mandatario bajo una sombra de la que no podrá zafarse con facilidad.
Pero, como es evidente, la misma lógica se traslada a la jefa del Gabinete, cuya falta de reacción a estas alturas es por demás atronadora. Si algo ha quedado claro con la renuncia del ministro Guillén es que, en lo que respecta a la PNP, de poco servirá colocar a otro titular del Interior cuando quien lleva la batuta en la institución policial con un poder casi absoluto e incontestable es el general Gallardo. El que, además, actúa sabiéndose protegido por el jefe supremo de las FF.AA. y policiales de la nación: el presidente Castillo. ¿Quién consentirá enfundarse el fajín ministerial conociendo del maltrato sufrido por su antecesor? Pues alguien que, para recordar otras palabras de Guillén, acepte ser “mesa de partes” del comandante general de la policía. Y si esta circunstancia en realidad le molesta a la primera ministra, bien haría, por un acto de consecuencia, en dar un paso al costado. Lo contrario –quedarse y hacer como si no pasó nada– sería avalar el maltrato a Guillén, la injerencia del general Gallardo y el apoyo tácito del presidente a este.
Ciertamente, no es la primera vez que la ministra Vásquez voltea la vista o exhibe tibieza ante los escándalos de este Gobierno. Lo hizo también, entre otros, a propósito de la lista de visitantes a la casa de Breña (que ofreció primero dar a conocer a la ciudadanía para luego, sencillamente, sugerir que esa información nunca existió), los malos manejos que vienen llevándose a cabo en Petro-Perú y la estela de malos nombramientos de este Gobierno.
Como afirmó anoche el ministro Guillén: “Hay silencios que expresan posiciones”, y esa es una sentencia que no solo le calza al jefe del Estado.