Si hay algo peor para un país que tener a un presidente con vocación de cometer errores prácticamente todos los días, es tener a uno incapaz de reconocerlos. No solo porque con esta actitud obcecada se pierde la posibilidad de enmendar el rumbo y corregir los despropósitos a tiempo, sino porque entre los ciudadanos queda la amarga sensación de que quien dirige el país sencillamente no ve, o no quiere ver, la realidad.
Como sabemos, en los últimos días, el gobierno del presidente Pedro Castillo ha entrado en fase crítica debido, principalmente, a sus pésimas decisiones, así como a las graves imputaciones que algunos hasta hace poco funcionarios cercanos a él han realizado al dar el portazo de salida. Sobre lo primero, destaca el nombramiento del ahora expresidente del Consejo de Ministros Héctor Valer, denunciado en el 2016 por su esposa y por su hija por cargos de violencia de género. Sobre lo segundo, ahí están los testimonios que, en diferente tono y algunas veces de manera indirecta, han dado los exministros Avelino Guillén, Mirtha Vásquez y Pedro Francke, así como el ex secretario general de la presidencia Carlos Jaico, tras su apartamiento del Ejecutivo.
El presidente, sin embargo, ha intentado presentar a su gestión y a sí mismo como meras víctimas del accionar del Congreso y de irresponsables excolaboradores a quienes otorgó “toda la confianza”. Lo hizo en un mensaje a la nación que, con toda seguridad, pasará a la historia como uno de los más lamentables, insultantes y desconectados de la realidad que se recuerden de un jefe del Estado.
En este, el presidente Castillo aseguró que iba a recomponer el Gabinete de Ministros debido a que el Congreso se había negado a aceptar la solicitud realizada horas antes por Héctor Valer en la que demandaba que lo recibieran hoy mismo en el Parlamento para pedir el voto de investidura. No hubo una sola palabra de arrepentimiento hacia la ciudadanía por haber puesto a la cabeza del equipo ministerial a una persona con tan graves cuestionamientos.
Da la sensación de que el teatro de Valer enviando una misiva al Congreso para debatir cuanto antes el voto de confianza cuando prácticamente todas las bancadas ya habían adelantado que no se lo darían fue un intento por preparar el terreno para que luego el mandatario pudiera decir que su salida se debía al accionar del Parlamento y no a las serias denuncias que lo tornaban inviable para el cargo. Es como si al presidente le avergonzara más reconocer que se equivocó al designar a Valer que las escalofriantes imputaciones de violencia de género que este carga. Y esto último es, en pocas palabras, una afrenta para las mujeres del país, a las que, dicho sea de paso, ya había afrentado antes al colocar a un machista como Guido Bellido al frente de un Consejo de Ministros integrado solo por dos mujeres o al afirmar, en campaña, que los feminicidios eran producto de “la ociosidad”.
Criticó también el mandatario las “declaraciones irresponsables” de exfuncionarios que, según dijo, están nutriendo “la inestabilidad y la incertidumbre política”. Pero no hubo una sola referencia a los “Gabinetes en la sombra” denunciados por Jaico, los cuestionamientos de Mirtha Vásquez hacia el actual ministro del Interior o la situación que desembocó en la renuncia de Guillén.
Esta actitud de Castillo, por supuesto, no es nueva, pero ahora ha alcanzado ribetes de desfachatez insoportables e implica, además, tanto a su vicepresidenta, Dina Boluarte, que ha integrado tres Gabinetes insostenibles sin formular una sola autocrítica y que, por el contrario, trató en su momento de encomendarles a los medios que depusieran los cuestionamientos y trabajasen de manera “hermanada” con el gobierno, así como al resto de ministros que en las últimas horas han formulado tibias críticas contra Valer sin acompañarlas de un saludable paso al costado.
Viene siendo sin duda lamentable para el país encontrarse frente a un gobernante inhabilitado para ver lo obvio e incapaz para reconocer errores y enmendar el rumbo. El gobierno del presidente Castillo es ya de una incompetencia insostenible y el principal culpable de esta situación es él mismo.