El último miércoles, la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política (CANRP) hizo público su informe final de propuestas que deberán ser discutidas en los meses siguientes.
A primera lectura, el documento –de más de 400 páginas– contiene varias medidas que podrían ser oxigenantes para revitalizar el desvencijado sistema político-electoral peruano. Y usamos el condicional ‘podrían’ porque, por un lado, no sería una novedad que las propuestas de un informe recibido entre aplausos sean luego encarpetadas sin mayores contemplaciones (como ocurrió, por ejemplo, con el informe Ceriajus para la reforma judicial presentado en el 2004 y posteriormente adormecido) y, por el otro, porque este Congreso, que al final del día será el responsable de transformar todas las propuestas en leyes, no se ha mostrado particularmente entusiasta en el tratamiento de las grandes reformas.
Repetir la experiencia sería lamentable porque, en realidad, el informe de la CANRP contiene ideas que vale la pena considerar y cuya discusión, habida cuenta de los estrechos plazos que quedan para poder introducir cambios en la legislación antes de que empiece a correr el calendario electoral del 2021, no puede esperar mucho. Como en el espacio de este editorial sería imposible comentarlas todas, nos centraremos por ahora en tres que consideramos vertebrales: la bicameralidad, la inmunidad parlamentaria y el fortalecimiento de los partidos políticos.
En efecto, una de las novedades más resaltantes de la CANRP es la propuesta para restituir el Congreso de dos cámaras –senadores y diputados– que rigió en nuestro país hasta 1992, acompañada por una serie de modificaciones en las formas de elección y en el diseño de las circunscripciones electorales.
Como hemos sostenido varias veces en este Diario, un Parlamento bicameral eleva las probabilidades de obtener mejores leyes. No solo porque estas tendrían que estar sometidas a una segunda revisión en una cámara distinta –lo que evitaría, por supuesto, las famosas leyes ‘express’, empujadas entre exoneraciones y prepotencia–, sino porque además ofrece en el Senado una instancia menos crispada políticamente para el debate. Si a ello le añadimos la disposición para que las leyes aprobadas por insistencia deban recibir el respaldo de una mayoría calificada de dos tercios, quizá pronto nuestro Legislativo deje de ser enmendado tan frecuentemente por el Tribunal Constitucional debido a sus excesos.
Por otro lado, es saludable que se pulan los límites de la inmunidad parlamentaria, cuyas prerrogativas han terminado siendo malformadas a fin de ser usadas como una coraza para blindar a los parlamentarios por sus tropelías antes que como una medida efectiva para proteger a los legisladores de la persecución que pudieran sufrir por sus dichos o votos. Resulta mucho más lógico que, por ejemplo, la autorización para levantar la inmunidad quede en manos de la Corte Suprema –y no de los colegas del investigado– y que, por otro lado, aquella no rija en casos de delitos flagrantes.
Por último, las recomendaciones en torno a los partidos políticos, como la de eliminar el requisito de la recolección de firmas –algo completamente inútil si consideramos que, como hemos visto hace poco, muchas veces las rúbricas terminan siendo falsificadas burdamente–, la supresión del voto preferencial –que abre la puerta a la compra de puestos privilegiados en las listas congresales– y el fomento de la democracia intrapartidaria con fiscalización de la ONPE, podrían ayudar a liquidar los ‘partidos cascarón’ y a robustecer a los que sí tienen cierto arraigo entre la ciudadanía.
Así las cosas, resulta positivo que tengamos ya un prospecto bastante conveniente para la reforma política. Como positivo también es que el presidente del Congreso, Daniel Salaverry, haya anunciado que la institución que encabeza presentará su propia propuesta sobre la materia. Ojalá que esto no nos arrastre a una nueva pugna entre ese poder y el Ejecutivo para ver quién ostenta el protagonismo en el tema. Y que, al final, el entusiasmo que parece ahora impulsar la reforma no termine entumeciéndose hasta morir en el silencio.