Toda simplificación pierde necesariamente los matices que dan color a la realidad. Sin embargo, y a riesgo de soslayar diferencias relevantes entre países y excepciones, se puede decir que en las últimas décadas han sido dos los ejes de influencia alrededor de los cuales ha girado la política latinoamericana. El primero es el que ve a la democracia representativa y la libertad económica como componentes indispensables del progreso. En su momento, países con esta visión se agruparon en iniciativas como el Grupo de Lima o la Alianza del Pacífico. El segundo grupo, por su parte, cree en la concentración del poder en el Estado, trata las libertades con escepticismo, y juzga la alternancia en el poder como un problema a ser resuelto por vías que aparentan legitimidad democrática. Estos han estado ligados a los últimos años de Unasur o al llamado socialismo del siglo XXI.
El Perú ha sido por años uno de los principales impulsores del primer grupo. Bajo un sólido liderazgo diplomático, el país ha construido una imagen de nación comprometida con los ideales de libertad, democracia, apertura al mundo y respeto por las reglas de juego establecidas. Sus posiciones respecto de asuntos difíciles para la región, como la crisis venezolana, han sido referencia para el resto.
Ese liderazgo parece haber llegado a un abrupto final. El Ministerio de Relaciones Exteriores, con Héctor Béjar a la cabeza, estaría alineando al Perú con el segundo eje descrito. Sus posiciones complacientes con las dictaduras de Cuba y Venezuela, así como los rumores de salida del Perú del Grupo de Lima que no han sido hasta ahora aclarados por la cancillería, empezaban a marcar el derrotero.
Más recientemente, la activa visita de Evo Morales –llena de múltiples compromisos con sindicatos, gremios y líderes políticos, y a donde ha asistido con resguardo policial a pedido de la cancillería– genera preocupación por el tipo de visión que él encarna. Como se recuerda, el expresidente de Bolivia permaneció en el poder por más de 13 años e intentó continuar indefinidamente en el cargo alegando vulneraciones a sus derechos humanos.
Esta semana, de la fría reunión entre el ministro Béjar y la embajadora de EE.UU. en el Perú, Lisa Kenna, salió el compromiso de mantener reuniones semestrales. Ello contrasta con la relación previa entre la cancillería y EE.UU., una de diálogo fluido en el marco de diversas actividades de interés mutuo como el intercambio comercial, la promoción de inversiones, el combate al narcotráfico y la lucha contra el COVID-19. No es casual que el Perú haya sido el primer país del mundo en recibir vacunas contra la enfermedad donadas por Estados Unidos. El ministro Béjar, por el contrario, puso en suspenso el trabajo de la embajada al remarcar que la cooperación norteamericana a través de Usaid “será objeto de una revisión y evaluación en cada uno de sus proyectos”, siguiendo el libreto marcado por Perú Libre durante la campaña. El partido, a su vez en línea con los pasos seguidos por los regímenes autoritarios del continente, propuso entonces expulsar a Usaid y a la DEA del Perú.
El pasado personal del canciller Béjar es altamente perturbador, y sobre eso nos hemos pronunciado en estas páginas. Pero en su siguiente interpelación frente al Congreso de la República el foco deberá centrarse en la nueva simpatía del Perú por las peores experiencias de la región en términos democráticos e institucionales. Con Héctor Béjar a la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores, decíamos, el Perú ha cambiado de bando.