La caridad es la más bella virtud del alma, y esta virtud es aún más noble y raya en los límites de la verdadera abnegación, cuando se dirige, sincera y benévolamente, hacia la infancia pobre y desvalida. Los seres que se consagran a practicar acciones de esta clase, son muy meritorios y no hay palabras suficientemente expresivas para alentarlos y aplaudirlos. Entre nosotros hay, por fortuna, muchas almas predestinadas a hacer el bien, pero en su labor tropiezan con dificultades insuperables y les falta la protección de nuestros poderes públicos, que si la tuvieran sería estupendo.