Benedicto Jiménez es inocente. Al menos hasta que se pruebe lo contrario. Por ello, causa tanta indignación que el ministro Daniel Urresti –quien quizá hubiese hecho un mayor bien en el país como marketero– haya convertido su captura un show mediático. Y eso fue precisamente lo que fue tenerlo así, rodeado de policías... ¿Cuál era, me pregunto al igual que lo hizo su abogada, la necesidad de esposarlo cual delincuente? Después de todo, la realidad ya ha probado que no es muy bueno en eso del escape...
No podemos, sin embargo, dejar que el desproporcionado espectáculo quite los reflectores del verdadero asunto de fondo: ¿qué pasará ahora con Jiménez, quien enfrenta 18 meses de prisión preventiva? Como ha dicho su abogada, si él se escapó en un primer momento no fue para huir de la ley –a la que, agregaríamos, nada tiene que temerle–, sino por huir del sistema penitenciario peruano –al que, agregaríamos, todos le tememos–. “Lo que yo entiendo –ha dicho la señora Nikitina Hidalgo, su abogada– es que él ha tomado la decisión de ponerse a buen recaudo [entiéndase, prófugo en una casa en Arequipa] por su salud y el riesgo que corría en un establecimiento [entiéndase, Piedras Gordas]”. Ha sido “un instinto natural de supervivencia”. No se confundan: a pesar de su ‘look’ renovado (entre quitarse el bigote y pintarse el pelo de negro ha perdido veinte años), estamos frente a un pobre viejecillo temeroso. ¿Qué habrá hecho el inocentón Jiménez para merecer esto?