En uno de esos aciagos días de cuarentena, recuerdo haberme preocupado por el repentino y prolongado silencio en el cuarto de María Fernanda, mi hija mayor. Cuando ingresé, me sorprendí de la puesta en escena: ella estaba leyendo en el sillón frente a una pantalla, con un live de Instagram que mostraba a otras tres adolescentes también leyendo en silencio. La transmisión tenía alrededor de 400 personas conectadas. ¿Qué leían con tanto interés y de una manera tan peculiar? Nosotros en la luna de la actual gran autora de literatura juvenil, Alice Kellen.
En el Perú, uno de los grupos etarios más afectados a nivel social, psicológico y educativo (según sondeo de Unicef, 27% reportan mayor ansiedad y 15% depresión), han sido los adolescentes y jóvenes. Caminar juntos, conversar y bailar les fue negado repentinamente, y esto fue, posiblemente, una de las causas que haya resultado en un vuelco contundente en las historias de literatura juvenil.
Si en el 2020 teníamos veinte títulos disponibles de esa categoría en Perú, en el 2022 tenemos 200. No solo ha mejorado la oferta, sino que hemos ganado lectores. Esos chicos de 15 o 16 ahora tienen 18 años y votan. Ya no son solo historias fantásticas y románticas, ahora también leen ensayos y libros sobre la historia del país.
Cuando se relanzó Abril rojo de Santiago Roncagliolo, la apuesta fue esa: llevar una historia del país a esos lectores jóvenes hambrientos de nuevas historias, y hacerlo por todos los rincones. Grata fue la sorpresa en regiones —y ahora se repite en la FIL— al ver a muchos adolescentes (hombres y mujeres) en la firma del libro con la nueva edición. Eran nuevos lectores.
La literatura juvenil —que algunos “eruditos” no la consideran literatura— nos ha demostrado que lo único que hace falta para leer es una buena historia que atrape. Porque la lectura tiene que ser un placer.