En relación con el desarrollo contamos con dos lógicas. La primera considera que la pobreza es un entrampamiento del cual es difícil salir. Las carencias y los impedimentos se refuerzan en círculos viciosos y nudos muy difíciles de romper. Bangladesh fue descrito hace un cuarto de siglo como un país tan empantanado que “era casi inimaginable” que se pudiera librar de la pobreza. Henry Kissinger lo lapidó como “un caso perdido”. La segunda lógica dice, contrariamente, que el atraso es una ventaja, porque el atrasado se beneficia del trabajo pionero de los que avanzaron primero y por eso sale más rápidamente de la pobreza. Ambas son verdades intuitivas tan convincentes que nos suscribimos a las dos sin preocuparnos por la contradicción entre ellas.
Mi profesor de Historia Económica, Alexander Gerschenkron, ruso que había estudiado el desarrollo europeo, resaltaba las ventajas del atraso. Nos explicó que Inglaterra había forjado el camino de la industrialización, con lo cual favoreció a los países que llegaron más tardíamente al desarrollo, como Francia, Alemania y Rusia, que lograron tasas de crecimiento superiores a las de Inglaterra.
Otro historiador, el estadounidense Walt Rostow, se hizo famoso por su teoría del despegue económico. Argumentó que mientras un país no reuniera las condiciones mínimas, seguiría estancado, pero que, una vez que cumpliera esas condiciones, empezaría a avanzar con velocidad. En su modelo coexistían las dos lógicas, la del entrampamiento y la de las ventajas del atraso, pero condicionadas a distintas etapas.
La historia del siglo XX ilustra la ventaja del atraso. Después de los pioneros de Europa, país tras país se subió al carro del progreso, y cada vez con avances más rápidos. Entre los primeros estuvieron las antiguas colonias británicas: Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Japón aprovechó al máximo la oportunidad para el plagio tecnológico y logró un crecimiento espectacular. En 1960, Corea del Sur todavía era un “caso perdido”, tan entrampado en pobreza y corrupción y en la devastación de la guerra con Corea del Norte que el Banco Mundial la consideró no ser sujeto de crédito. Diez años antes, Brasil sufrió el mismo rechazo bancario. Pero ambas naciones, con su propio dinero, se escaparon de la lógica del pobre entrampado y empezaron a beneficiarse de las ventajas del atraso, sobre todo el acceso a tecnologías superiores y a un mercado mundial muy expandido. Acompañados de los otros tigres asiáticos, hoy Corea del Sur y Brasil se cuentan entre el segundo equipo de las potencias mundiales.
Una nueva ola de transformaciones empezó hace dos o tres décadas. Dos casos “imposibles”, China, por ser comunista, e India, por su religiosidad espiritual, sorprendieron con tasas de crecimiento sin precedentes, acompañadas además por el “caso perdido” de Bangladesh, con un cuarto de siglo de desarrollo espectacular. Hace veinte años quedaba la pobreza entrampada del África subsahariana y todos los argumentos del entrampamiento le venían como anillo al dedo a ese continente, pero, repentinamente, también gran parte de esa región se subió al tren que favorece al atrasado y durante casi dos décadas viene creciendo a 5% al año. ¿Y qué decir del “no se puede” peruano?