¿Puede Godínez convertirse en un Gremlin?
Con agudeza, apuntaba Mario Ghibellini en estas páginas que el actual Congreso estaba conformado esencialmente por dos grupos de legisladores: los que no sabían lo que hacían (los Godínez) y los que eran plenamente conscientes de sus destrozos (los Gremlins).
Seis meses y tres sentencias de inconstitucionalidad después, nos aventuramos a sostener que los desmadres legislativos ya no se originan en la ignorancia. Por convencimiento u ósmosis, se cumplió el libreto de la película ochentera en el hemiciclo: los gremlins se multiplicaron.
Estaba cantado que la ley de la supuesta devolución de la ONP sería declarada inconstitucional, y aun así se aprobó por insistencia. También la ley que ordenaba el nombramiento automático de los trabajadores estatales de salud, o la que desconocía los contratos de concesión de los peajes. Lo sabían los legisladores, lo sabía la opinión pública, lo sabían los estudiantes de primer ciclo de Derecho, lo sabíamos todos. Pero se perseveró en la insensatez. Si alguna vez estos congresistas tuvieron vergüenza, claramente hoy la han extraviado.
Curiosamente, el mismo día que se anunciaba el tercer strike constitucional del Congreso, este aprobaba la eliminación de la inmunidad parlamentaria para delitos comunes cometidos antes y durante su mandato (los procesarán un juez penal y la Corte Suprema, respectivamente). Pero más allá del gesto importante que esta reforma constitucional supone, la concurrencia de noticias me dejaba con una sensación de desesperanza: Los congresistas delincuentes irán a la cárcel, pero los congresistas gremlins aún gozan de inmunidad para violentar la Constitución.
Dicha reflexión me lleva a la interrogante principal de esta columna: ¿cómo así el Congreso adquirió anticuerpos frente a la Constitución y al sentido común?
Varios factores contribuyeron a la zalagarda legislativa, como, por ejemplo, la eliminación de la reelección parlamentaria. Como ya no aspiran a procurar el voto popular, rompen todo, sin pagar la cuenta. Legislan en modo ‘YOLO’.
Por otro lado, casi no existen mecanismos de castigo. Las comisiones de Ética y Acusaciones Constitucionales son una oda al otoronguismo. Armas de exterminio del enemigo y escudo protector del compinche. No contamos con herramientas de control ciudadano que se activen durante el mandato parlamentario (por ejemplo, la renovación por tercios o una especie de revocatoria).
La ausencia de verdadera representación agrava el problema. Al tener distritos electorales tan grandes, en los que se vota por varios congresistas en lugar de uno solo, ellos no sienten que le deban respuestas a nadie. Y los ciudadanos no tenemos a un parlamentario a quién pedirle cuentas individualmente.
Más variables pueden entrar en la ecuación (la degradación del servicio parlamentario, la falta de formación en los partidos y la prevalencia del caudillismo, la apatía de un Gobierno sin presencia relevante en el Legislativo). Pero no dejemos de mencionar una importante: el instinto de supervivencia.
Tal ha sido la decadencia del Congreso que casi ninguno de los legisladores se preocupa por plantear alguna iniciativa para mejorar la calidad de su producción. Y valgan verdades, lo mismo se puede decir de los nuevos candidatos a la representación nacional.
A la hora de elegir, estimados lectores, pregúntense si alguno de los postulantes propone un remedio serio contra esta otra variante de la inmunidad parlamentaria. Si no lo hace, quizá deba mirar con suspicacia a quien le pide su voto para entrar a un palacio donde suelen proliferar los gremlins. Tal vez esté votando por un antivacuna.