FRANCO GIUFFRA
Empresario
Ha sido en verdad una ironía de la vida que un primer ministro del gobierno nacionalista haya sido sacado de mala manera por sugerir que se estaba estudiando un aumento de la remuneración mínima vital. En 24 horas lo hicieron chimichurri por heterodoxo.Más sorprendente aun ha sido escuchar al presidente Humala, pocas horas después de practicada la ‘capitis diminutio’, declarar que lo del aumento era irresponsable porque este podría perjudicar a los trabajadores.
Faltan varias semanas para Pentecostés, de manera que es improbable que haya sido el Espíritu Santo quien hizo declarar al presidente que un aumento del sueldo mínimo (cito casi textualmente) “podría dañar la formalidad con la que se viene desenvolviendo la pequeña y microempresa, generar desempleo y el posible retiro de una considerable cantidad de trabajadores de las planillas de las empresas”.
¿Será posible que el presidente y la presidenta finalmente hayan comprendido que una de las mejores herramientas contra la pobreza es la liberalización del mercado laboral? ¿Habremos llegado al punto en que la demagogia del sueldo mínimo y otros “beneficios sociales” se puedan echar por tierra para ayudar a los que menos tienen?
Ese sería, con toda razón, un “cambio de paradigma” revolucionario. Es decir, una alteración radical del conjunto de creencias, valores y prácticas que definen las políticas públicas en nuestra sociedad.
Tan revolucionario como fue, en su día, la liberalización del comercio exterior en el Perú. Algo que apenas arañó tímidamente el segundo belaundismo (un gobierno de “derecha” supuestamente transformador) y que recién fue plenamente abrazado en tiempos del fujimorismo.
Recordemos que antes de ello el paradigma prevalente defendía la sustitución de las importaciones, y repasemos en los archivos de El Comercio las predicciones apocalípticas de los líderes empresariales de aquella época respecto del fin de la historia que sobrevendría si se abrían las fronteras al comercio exterior.
No es que entonces eran malos empresarios y ahora son buenos. Simplemente defendían el paradigma que entonces estaba vigente y que hoy en día sería absolutamente desfasado profesar.
Otra revolución mental semejante tuvo que ver con las leyes del inquilinato que garantizaban una protección irracional a los inquilinos a costa de los propietarios de las viviendas. Los mayores recordarán la época en que no había viviendas para alquilar, salvo las que se ofrecía a extranjeros con contratos de trabajo.
Esas leyes las dejó casi intactas el belaundismo y, por supuesto, también el primer gobierno de García. Pero lo que parecía entonces inamovible, se cambió luego y se eliminó por completo, lo cual transformó radicalmente el mercado inmobiliario y contribuyó en buena parte al ‘boom’ de la construcción de los últimos tiempos. Hoy en día, ni los belaundistas más extraviados, valga la redundancia, se animarían a restablecerlas. El paradigma, por fortuna, cambió.
No creo que en el caso del mercado laboral la cosa cambie en virtud de nuevos argumentos. Todo lo esencial está dicho, básicamente. Falta solamente que un emprendedor político tome la decisión arriesgada pero valiente de avanzar en la dirección correcta en un mercado que es probablemente el único que no ha sido modernizado en las últimas dos décadas.Que el presidente Humala ocupe ese lugar en nuestra vida económica sería un desenlace absolutamente inesperado. Con esa jugada maestra se reservaría un espacio en la historia universal. Pero aun si no lo hiciera, sus declaraciones recientes apuntan en la dirección correcta y constituyen un apreciado destello de lucidez. Quizá lo único positivo que nos trajo la decapitación.