Hace algunos años, a raíz de la identidad que Josep ‘Pep’ Guardiola le imprimió al FC Barcelona en su juego (el famoso “tiqui taca”), surgió un debate en el mundo del fútbol entre aquellos que defendían la posesión del balón, como el propio Guardiola, y otros, como el portugués José Mourinho, que argumentaban que había una diferencia sutil, pero importante, entre tener el control de la pelota durante un mayor período de tiempo y, en efecto, dominar el partido. Desde entonces, surge la expresión que titula esta columna y que bien podría ejemplificar el partido que la oposición al Gobierno viene jugando desde muy temprano en el encuentro.
Sabíamos, desde la votación del año pasado, que el Ejecutivo era un equipo precario, pero forjado en canchas duras y que venía a jugar de visita en una ciudad hostil. Hasta ahora, sigue demostrando su torpeza para manejar el control del partido, pero hace lo suficiente para evitar encajar goles, a pesar de que el partido se juega básicamente en su cancha (producto de sus errores en salida).
Pero si de algo se ha beneficiado el Gobierno, ha sido de una oposición carente de norte y liderazgo, que puede haber logrado tener al Ejecutivo a la defensiva, pero que ha desperdiciado numerosas acciones concretas de control político. La gran mayoría de ministros, e incluso Gabinetes, que han caído, lo hicieron no por censuras en el Parlamento, sino como resultado de denuncias en medios de comunicación y presión de la opinión pública.
Por el contrario, lo que hemos observado hasta ahora son mociones de vacancia alharaquientas, pero inocuas, que ni siquiera logran los votos necesarios para ser admitidas a debate y obligar a una defensa del presidente en el hemiciclo o procesos de censura dilatados y frustrados finalmente por el propio Ejecutivo, como la renuncia del hoy exministro de Transportes y Comunicaciones, Juan Silva, en medio del debate el lunes, luego de haber sobrevivido a cuatro Gabinetes y muchos meses de cuestionamientos. Y también procesos exagerados, como el aprobado dos días atrás en la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales, que declaró procedente la denuncia constitucional contra el presidente Pedro Castillo por sus declaraciones sobre darle salida al mar a Bolivia.
Este fin de semana vivimos una nueva coyuntura que parece haber quedado otra vez en un grito ahogado de gol para la oposición. A raíz de las declaraciones de Karelim López como aspirante a colaboradora eficaz, las mismas bancadas de siempre han vuelto a proponer una nueva moción de vacancia, pero si los hechos del lunes son indicativos de algo es probable que tampoco llegará muy lejos.
Y disculparán el uso extendido de una analogía quizás trillada, pero es ya difícil a estas alturas entender el rol que juega la oposición en el Congreso. Hay material de sobra para hacer acciones de control político, pero, en más de una instancia, han demostrado una ineficacia alarmante. Silva termina saliendo de su cuarto Gabinete por propia cuenta, sin que el Parlamento haya sido capaz de ejercer una de sus funciones más básicas.
He escrito mucho sobre el Ejecutivo en las últimas semanas, pero en este drama que vivimos hay una responsabilidad marcada del Congreso. Como bien señaló Giulio Valz-Gen en su videocolumna de esta semana, no hay estrategia alguna en el Congreso. No hay liderazgo. No hay dominio, solo posesión sin consecuencias. Siete meses después, a pesar de las incontables denuncias y sospechas, por no mencionar los nombramientos descabellados, poco o nada ha hecho el Congreso, y en parte es responsabilidad de un grupo opositor que nunca supo construir puentes con otras fuerzas dentro del Congreso, que se limitó en su maximalismo a gritar “comunismo” primero, “fraude” después y “vacancia” ahora, pero que nunca hizo un trabajo político realmente. Y en una de esas, un contragolpe puede terminar dejándolos con el marcador abajo.