Cuando pensamos en un ‘outsider’, la imagen que se viene a la mente es la de Alberto Fujimori versus Mario Vargas Llosa en las elecciones de 1990, pero pocos recuerdan a Ezequiel Ataucusi Gamonal, del Frente Popular Agrícola del Perú, otro ‘outsider’ que participó en esas elecciones sin éxito. En las elecciones del 2001, Alejandro Toledo, pese a haber competido anteriormente, fue el ‘outsider’ exitoso, pero, otra vez, nos olvidamos de Ataucusi Gamonal, que lo intentó nuevamente esa vez. En el 2006, el caso exitoso fue Ollanta Humala, pero apenas recordamos que también participó su hermano Ulises, otro ‘outsider’ que fracasó. Si calculáramos una tasa de éxito de las candidaturas de ‘outsiders’, esta sería baja.
¿Qué hace que un candidato ‘outsider’ sea exitoso y que no termine en la larga lista de personajes que intentaron sin éxito ser los ‘outsiders’ de alguna elección? Si uno piensa en Fujimori de 1990, las crisis económica y política saltarían como potenciales factores explicativos del apoyo a un personaje entonces desconocido. Pero, si un elector quisiera castigar el terrible desempeño económico y político del Partido Aprista en el quinquenio 1985-1990, ¿por qué no elegimos a Vargas Llosa? Ciertamente el desprestigio de los partidos tradicionales sumó. Vargas Llosa venía respaldado por Fernando Belaunde y Luis Bedoya, y acompañado por un grupo de postulantes al Congreso que incluía a lo más rancio de la clase política de aquella época. Entonces, un elector angustiado y enojado con la situación nacional y con una profunda desconfianza con los partidos tradicionales sería más propenso a arriesgarse eligiendo a un personaje con un casi nulo récord de actividad pública.
La investigación en ciencia política encuentra que aquellos que percibían la corrupción como un problema más importante se inclinaron a votar por Toledo en el 2001. En el 2006, aquellos decepcionados con los resultados económicos y que evaluaban negativamente al sistema democrático eran más probables que voten por Humala. Conclusiones interesantes, pero lo novedoso es el mecanismo que operaría para que esto suceda. Entre otros factores, sabemos que los afectos y emociones son poderosos determinantes del voto bajo ciertas circunstancias. En un contexto marcado por problemas económicos y por escándalos de corrupción, se disparan emociones como la ansiedad y el enojo en los electores. Estas emociones tienen como correlato que tengamos menos aversión al riesgo y busquemos no solo castigar al partido de turno, sino a toda la clase política, eligiendo a alguien que venga por afuera del sistema, apostando por una figura desconocida, que representa la incertidumbre y el riesgo.
En el contexto actual, ¿qué tendría que pasar para que se dispare este tipo de emociones y sea más probable que los electores opten por el riesgo? Mantenemos una desconfianza en los partidos políticos, similar o mayor a la de finales de la década de 1980. Sin embargo, no tenemos una crisis política y de corrupción como la de fines de la década de 1990. La economía está estancada, pero estamos lejos de la crisis abismal después del primer gobierno de Alan García. Al parecer, entonces, las condiciones no estarían completamente dadas. Sin embargo, las crisis y las preocupaciones ciudadanas que generen enojo y ansiedad se pueden poner en la agenda de debate en la campaña electoral. Finalmente a todos, la inseguridad ciudadana, la corrupción y demás problemas nos angustian y nos enojan. Si estos temas se ponen en agenda, quién sabe si los ciudadanos estén más dispuestos a arriesgar electoralmente y si algún ‘outsider’ en la próxima elección pueda capitalizar este riesgo.