A raíz de mi lectura de “La condena de la libertad”, el libro editado por Paulo Drinot y Alberto Vergara, en el que se plantea la idea de ciclos que van entre la ilusión y el desencanto, me preguntaba por el momento de la historia en el que nos encontrábamos. Hoy hay una sensación de final, de cierre de una etapa que, sin embargo, no termina de llegar, como si la piedra tuviera aún mucho camino por rodar cuesta abajo antes de que Sísifo deba emprender la subida de nuevo.
Una fuente muy valiosa para intentar poner esta coyuntura en perspectiva y tener presente las continuidades (y también los cambios) en la política peruana es el más reciente libro de José Alejandro Godoy, que lleva un título equívoco, con múltiples significados. El texto retoma la trama de “El último dictador”, publicado el año pasado, y sigue dos ejes principales, con capítulos que se van intercalando. El primero parte inmediatamente después de la renuncia de Alberto Fujimori desde Japón, y marca el período de reconstrucción del fujimorismo como fuerza política, una tarea que lidera sobre todo su hija Keiko y que llega hasta la consolidación de su liderazgo en el 2015 como favorita para los comicios del 2016. El segundo eje se concentra en el quinquenio que se abre con la campaña para esa elección presidencial y llega hasta hoy, cuando se agudizó la crisis política que vivimos.
Como queda claro, hay una primera acepción, literal y graficada en la portada con la imagen de los cuatro hijos de Alberto Fujimori, del título que examina la trayectoria política de sus descendientes. Luego de la transición del año 2000, son sobre todo dos de ellos, Keiko y Kenji, los que toman la posta y asumen una participación estelar en la política peruana por, al menos, los próximos 20 años de la historia. Y contando.
Ahora bien, hay una segunda acepción que Godoy hace explícita cuando habla del elenco político que sube al estrado en esos mismos años, los que asoman en la vida nacional tras la caída del fujimorismo y el vacío que deja tras el colapso del sistema de partidos de los ochenta. Están, desde luego, todos los presidentes, desde Toledo hasta Castillo, que son examinados en detalle en el libro, pero también los Acuña, Luna, López Aliaga o Urresti; en fin, los “otros fujimorismos”, como alguna vez mencioné en una columna citando una apreciación de Jaime Ferraro. Son esas individualidades las que han heredado el terreno de la representación nacional.
Y hay una tercera acepción, en la que los herederos de Fujimori somos todos, en cuanto vivimos en un período que tiene como marco formal la Constitución de 1993, pero que, sobre todo, muestra muchas continuidades en términos de prácticas, usos y reglas no formales en la política, en la economía, en la sociedad en general, más allá de lo que significó pasar de un régimen autoritario a uno democrático en el año 2000.
Y hay también cambios, claro, porque este libro puede ser también el epílogo de esa era, su acto final, su testamento. El Perú que elige a Pedro Castillo en el 2021 es un país igual, pero distinto al del 2016, y las próximas temporadas contarán sin duda con la presencia de protagonistas ya conocidos, otros que vienen asomando y algunos por conocer, pero con un guion que parece sugerir un quiebre en la narrativa. Conviene tener presente la historia de las últimas dos décadas que nos recuerda con lujo de detalle Godoy para ver las huellas que dejó Sísifo en el entusiasmo de la subida, pero también en la desilusión de la bajada.