La renovación del Gabinete del viernes 5 y el mensaje a la nación del martes 9 tienen una continuidad en la conducta del presidente Pedro Castillo: la aspiración a aferrarse al cargo, apertrechado en la victimización y un falso llamado a la unidad. En efecto, la hiperactividad tuitera del mandatario y su reciente alocución han querido enfatizar este mensaje doble, que parece muy lejano a la realidad en la que se mueve su mandato, aquejado por crecientes denuncias de corrupción y reacciones que solo hacen crecer las dudas.
En primer término, la recomposición del Gabinete ha significado el fortalecimiento de sectores clave con una razonabilidad más política (dotarlos de mayores recursos retóricos) que de gestión. Hay distancias entre lo que pueden aportar en un momento de guerra los correctos (aunque discretos) Óscar Graham y César Landa, por un lado, y los muy vocales Kurt Burneo y Miguel Rodríguez Mackay, en el MEF y Torre Tagle, respectivamente. Algo de ello también se ve en el retorno de Betssy Chávez al Gabinete y en el destaque de Alejandro Salas a un nuevo ministerio.
En cuanto a lo que verbalmente se manifiesta (la victimización y el mensaje de unidad), Castillo parece ubicado en una incómoda situación en la que sus palabras han perdido valor hace rato. Pero eso no parece amilanarlo. El jefe del Estado inició una actividad intensa en su cuenta de Twitter el 26 de julio, cuando saludó la entrega de Bruno Pacheco.
Desde entonces, ha habido solo dos días (30/7 y 4/8) en los que Castillo ha estado inactivo. Han pasado muchas cosas en dicho lapso: mensaje a la nación, imposibilidad de viajar al cambio de mando en Colombia, cambio ministerial y, más recientemente, búsqueda de su cuñada.
En sus dos más recientes alocuciones, Castillo ha enfatizado el llamado al diálogo. La noche del martes, por ejemplo, dijo: “Venimos buscando el diálogo desde hace más de un año”. Sin embargo, es difícil identificar tal búsqueda en una convocatoria como la que planteó su primer Gabinete, resistido aún en sectores de izquierda. Ni qué decir de la recurrente retórica que buscaba identificar en la prensa, el empresariado o su oposición política como enemigos del pueblo.
Pero ha pasado mucho en un año como para pretender que el recurso pueda tener el mismo efecto. Denunciar el desconocimiento de los resultados electorales cuando ha sido capaz de liderar su mandato por varios meses, habiendo nominado tres gabinetes que han recibido la confianza del Parlamento, parece una apelación forzada.
De hecho, solo sus más recalcitrantes simpatizantes, los más agrios opositores de todo lo que pueda representar el ‘establishment’ o los entusiastas del momento constituyente podrían creer firmemente en un llamado como el que formula el mandatario. Es, pues, un llamado a un sector limitado de la opinión pública.
A estas alturas del partido, Castillo ya no es el rondero enigmático que merecía una oportunidad, al que cobijó casi toda la izquierda. En sus más de 12 meses en el cargo, el mandatario ha acumulado decisiones grises y controversiales que hoy podrían contener conductas penales; erráticos nombramientos y reclutamientos, que le consolidaron (¿o prolongaron?) un entorno muy cuestionable; y, más importante, una concepción del bien público que parece reproducir lo peor del patrimonialismo.
Si Castillo quería apoyar sus clamorosas limitaciones apelando a la solidaridad en su más amplio sentido (pedir ayuda y convocar apoyos), el momento parece haber pasado hace mucho. Hoy, más bien, quizás solo deba recordar aquella tonada de Ismael Miranda: “No me digan que es muy tarde ya / Para hallar otro querer / Que me quiera siempre más y más / Y yo poder corresponder”.