Si todos esperaban una confrontación entre los poderes del Estado, en donde el Ejecutivo se enfrentara intensamente con el Parlamento erosionando la figura presidencial, pues la realidad resultó siendo esquiva. La principal fuente de tensión se juega al interior del Gobierno, donde Pedro Castillo, como ningún mandatario en su lugar, no puede ocupar el cargo única y plenamente. Lo ha compartido y, como hemos repetido reiteradamente, ha convertido al Gobierno en uno bicéfalo y en un espacio de disputa por el poder. Nunca tan pocos ocuparon tanto.
Así es como Perú Libre, de ser un partido al borde de la extinción, se ha convertido gracias a la candidatura de Pedro Castillo en una organización que ocupa parte del Estado. Pero ni el candidato ni el partido esperaban ganar la presidencia y, menos, estaban preparados para ello. Ni siquiera lo estaban para llevar adelante su propio programa político que no nos conduciría a Cuba o Venezuela, sino a ninguna parte o, lo que es lo mismo, al caos que ya se revive a diario.
No puede ser de otra manera cuando presidente y partido están incapacitados para gestionar el poder que, entre sus aspectos principales, tiene el de convocar a funcionarios públicos con experiencia y formación suficiente para administrar un complejo y maltrecho aparato estatal. Hemos sido espectadores, en estos poco más de dos meses, de la designación de personas tan lejanas a los requisitos necesarios para la alta función pública y tan cercana al partido, a la mediocridad, cuando no a investigaciones en la fiscalía. Allí, las dos facciones encabezadas por Vladimir Cerrón y Pedro Castillo reparten y comparten, pero también se atacan y despedazan como en “El juego del calamar”.
Acceder al Gobierno, como si fuera un botín, hace que ambos se necesiten y se repelen a la vez. Eso ha podido apreciarse en estos días: Guido Bellido, hombre de confianza de Cerrón, declara o tuitea, dejando a su paso petardos en el camino que el presidente Castillo trata de cimentar. Además, ataca a sus colaboradores más cercanos, como en la cancillería o en el MEF. Si, como se comenta, Bellido tiene los días contados, la cuenta parece ser solo un amago, pues quien encabeza la PCM defendió a Iber Maraví –hombre cercano y defendido por Pedro Castillo– en la interpelación y amenazó al Congreso con plantear una cuestión de confianza si se presenta la censura ministerial. Más aun, el 3 de octubre, en medio de lo que se denominó el lanzamiento de la “Segunda reforma agraria”, Castillo y Bellido compartieron estrado y propuestas. El brazo del Gobierno y el abrazo del partido.
Si bien el presidente Pedro Castillo logra conectarse con los sectores más desfavorecidos y existe –como se ha visto en las elecciones– un fuerte capital simbólico que, al parecer, no ha decrecido, lo cierto es que esto es útil para ganar una campaña, para recoger demandas, para direccionar sueños como furias, pero es insuficiente para gobernar. Y ese es el problema central, pues hasta ahora escasea la necesaria combinación de ideas y los hombres –las mujeres están casi ausentes– para gobernar.
Aquí tenemos, entonces, un problema de desequilibrio entre la capacidad de representar y la incapacidad para gobernar. A la inversa tampoco funciona. Se requieren dosis de ambas. El tema es que se puede representar también en el Parlamento, pero solo se puede gobernar desde la presidencia. Es por eso mismo que haber compartido ese espacio y convertir el Gobierno en uno bicéfalo hacen de Pedro Castillo un gobernante débil, vulnerable y solo fortalece a su contrario: la extrema derecha. Ese es el factor interno.