Una exhibición que visité esta semana en Washington D.C. sobre el Perú me hizo reflexionar acerca del papel de la infraestructura y las instituciones en el desarrollo económico. La muestra en el Museo Nacional Smithsonian de los Indios Americanos trata la importancia del Qhapaq Ñan –Camino Inca en quechua– durante y después del Imperio Incaico.El museo celebra el logro político, económico y tecnológico que fue la red de caminos. El secretario emérito de la institución Smithsonian lo describe de esta manera: “Construir las 45.000 millas [72.420 kilómetros] del sistema de autopistas interestatales que une a nuestra nación [EE.UU.] y fortalece nuestra economía llevó 40 años y US$425 mil millones. Quinientos años antes, un vasto imperio se hallaba unido por una red de caminos de 24.000 millas [38.624 km], que se construyó sin contar con el beneficio del hierro ni de la rueda. Hoy en día, hay pueblos indígenas de América del Sur que todavía utilizan partes de esta maravilla de la ingeniería”.
Muchos más gozan de dichos caminos, dado que la Panamericana y la ruta 40 en Argentina se construyeron sobre el Camino Inca. El conquistador Francisco Xerez relató: “Caminos tan hermosos no podrían en verdad encontrarse a lo largo de la cristiandad”. Probablemente sea cierto lo que observó Xerez, pero solo el 12% del Camino Inca todavía se usa y se mantiene. La experiencia europea respecto a los caminos romanos, en cambio, parece ser muy distinta. Un estudio reciente de Carl-Johan Dalgaard y colegas investigó en dónde se construyeron caminos durante el Imperio Romano. Encontró que los lugares donde hubo una densidad alta de caminos romanos siguen teniendo una alta densidad de caminos y suelen ser prósperos.Los autores investigaron la causalidad. Es decir, se preguntaron si los lugares más prósperos construyeron más caminos o si los caminos generaron desarrollo económico. Concluyeron lo último. Según ellos, la provisión de un bien público como los caminos es clave para el crecimiento económico. El estudio viene bien para quienes apuestan por más inversión en infraestructura con el fin de promover el crecimiento. Y ayuda a explicar la constancia de la prosperidad en buena parte del mundo (lugares que eran relativamente ricos hace 500 o 1.000 años, suelen también serlo hoy).
Pero no todos los lugares han seguido ese patrón. Algunas partes del mundo han visto lo que se ha denominado un “cambio de fortuna” –eran relativamente ricos, pero en cuestión de 500 años se volvieron relativamente pobres–. El Perú es un ejemplo. Los incas mantenían una de las civilizaciones más ricas del mundo en 1500 y ya no es así. Evidentemente, los bienes públicos que proveyeron en forma de caminos no fueron clave para la prosperidad. Lo que no examina bien el estudio de Dalgaard y compañeros son las instituciones. No mencionan, por ejemplo, que luego de la caída del Imperio Romano, nunca más se pudo unificar Europa bajo el mando de un gobernante. Muchos historiadores identifican el despegue económico europeo con la competencia política y económica entre jurisdicciones europeas que progresivamente produjo mayores libertades económicas y civiles.Eso no ocurrió en el Perú. El Imperio Español ocupó el lugar del derrotado Imperio Incaico y no solo desatendió el camino del inca, entre otros bienes públicos, sino que mantuvo la represión. Solo en décadas recientes, como lo ha documentado Richard Webb, ha podido crecer el sector rural a tasas muy por encima del sector urbano gracias a la apertura económica que ha posibilitado inversiones y mejoras en las carreteras (y otras formas de comunicación) y su aprovechamiento.Las buenas instituciones permiten realizar mejoras que se anhelan y hacen recordar el canto de Atahualpa Yupanqui: “Caminito del indio que junta el valle con las estrellas…”.