En un resultado poco sorprendente, Vladimir Putin logró una aplastante victoria en las elecciones generales del último domingo, con el 76,7% de los votos. Habiéndoselas arreglado para dejar fuera de carrera al único candidato que podía hacerle la pelea, sus rivales “de peso” fueron los del comunismo y el ultranacionalismo, además de una joven de 36 años cuyos lazos familiares, recursos económicos y sorprendente acceso a los medios hicieron sospechar que su candidatura fue una estrategia del régimen para dividir a la disidencia.
Desde que el precio del petróleo se fue al cielo a mediados de la década pasada, Rusia se viene comportando como un ‘bully’ con sus vecinos y un factor de desestabilización para el resto del mundo. Invadió Georgia en el 2008 y Ucrania en el 2014, anexando la península de Crimea sin el más mínimo respeto por el derecho internacional. En el 2015 se involucró directamente en la guerra civil siria.
Cuando no lo hace militarmente, su intromisión en los asuntos de otros países es igualmente manifiesta, aunque menos obvia. En el 2007, por ejemplo, cuando las autoridades de la vecina Estonia decidieron reubicar un memorial a los soldados del ejército soviético muertos en la Segunda Guerra Mundial, un coordinado grupo de hackers perpetró un ciberataque que causó severos daños al sistema bancario de ese país. En Ucrania (otro vecino que Putin considera su derecho influenciar) hackers han infiltrado ‘malware’ en los servidores de la comisión electoral y causado al menos un gran apagón desde que, en el 2014, una revolución derrocó al presidente prorruso de ese país.
Cuando de amedrentar personas se trata, la estrategia es mucho menos sutil. En el 2006 el ex espía y disidente Alexander Litvinenko fue envenenado con radiación, y hace unos días un ex coronel que espió para Gran Bretaña y que también vivía en Londres fue envenenado con un agente nervioso de uso militar. El mensaje es claro.
El régimen de Putin, ex agente de la KGB, ha adaptado las campañas de desinformación a los tiempos de la posverdad, los ‘trolls’ y los ‘bots’. En Crimea (donde obtuvo el 90% de los votos), la televisión rusa se ha encargado de difundir ‘fake news’ con el fin de justificar la anexión generando sentimientos antiucranianos. En un caso tristemente célebre, por ejemplo, informó que un niño de 3 años había sido crucificado en la plaza central de un pueblo ucraniano, historia que rápidamente se volvió viral. En Suecia, mientras se discutía la conveniencia de ingresar a la OTAN, las redes sociales fueron inundadas de información falsa que anunciaba consecuencias terribles si llegaban a hacerlo. En Finlandia, la prensa estatal rusa informó a las madres de la etnia rusa (la segunda minoría del país) que las autoridades las estaban obligando a abandonar sus casas, y que en Europa se les quita los hijos a los heterosexuales para entregárselos a parejas homosexuales. Y según testimonios recopilados por la comisión que investiga la influencia rusa en la elección de Trump, tácticas similares se han usado para influir en las elecciones de Francia, Alemania y Holanda. Hay señales de que lo mismo estaría ocurriendo en México.
El gobierno ruso niega que tenga que ver con todo esto. Pero eso es tan creíble como la limpieza de las elecciones del domingo.