El año 2021 está por extinguirse. El lápiz de Perú Libre –tras el fracaso de la vacancia– vuelve a tajarse, mientras el Ejecutivo da algunas señales de que podría cambiar de trazo. Un irresoluto y torpe dibujante no termina de decidir a qué boceto ceñirse, mientras la impaciencia se instala con mayor claridad. ¿Qué balance sacar de este año, que no ha tenido la ilusión que suele acompañar un inicio de mandato? ¿Es un gráfico irremediablemente defectuoso o hay un margen para la corrección?
En primer lugar, Pedro Castillo –el sorpresivamente elegido presidente que hoy ocupa Palacio de Gobierno– parece estar, por ahora, lejos de los peores temores que justificadamente despertaba y de los entusiasmos que muchos forzaron, sobre todo en la segunda vuelta. Sea por falta de recursos o por el poco capital político que ha forjado, el mandatario no parece que vaya a reeditar lo que fueron Hugo Chávez o Evo Morales en Venezuela y Bolivia, respectivamente. También parece lejana la imagen romantizada de Pepe Mujica en Uruguay.
Lo que se ve, en cambio, es a un líder que no acumula la popularidad de los nombrados y hasta parece haber carecido de la llamada ‘luna de miel’. Además, empieza a verse cada vez más incómodamente comprometido con irregularidades serias, sin haber presentado explicaciones prontas o satisfactorias a las denuncias que recurrentemente airea la prensa.
Segundo, el Congreso se ha comportado –en el balance– con cierto pragmatismo, una característica que contrasta con su predecesor que concluyó funciones en julio del 2021, que optó reiteradamente por hacer sentir su fuerza. Hay decisiones, sin duda, controversiales; las más recientes, referidas a temas educativos (los golpes a la Sunedu o a la evaluación de los profesores). Pero el actual Parlamento, en suma, les ha dado la confianza a dos gabinetes, cuyas composiciones traían serios flancos, y ha rechazado una moción de vacancia.
La economía, por su parte, ha mostrado una resiliencia mayor a la que se esperaba. Tras meses iniciales de expectativas, las señales para la inversión privada no han sido las mejores. Pero entre el rebote respecto de las cifras del 2020 y la aparente solidez de los cimientos macroeconómicos, la economía parece haber enfrentado los arrebatos con gran destreza. Algo de inercia puede haber en ello. Pero los recursos, hay que decirlo, no caen del cielo.
Finalmente, la conflictividad ha vuelto a instalarse como un sólido nubarrón que seguramente no se despejará en el futuro cercano. Según la Defensoría del Pueblo, entre julio y noviembre del 2021 hubo 101 acciones colectivas de protestas adicionales (171 y 272, respectivamente). La frustración de las expectativas despertadas y una gestión errática, sin duda, abonan a este panorama que impacta severamente a la minería, uno de los motores de la economía peruana.
Muchas cosas de las aquí descritas trascienden el rol y el peso del liderazgo político renovado entre abril y junio de este año. Pero la acción de los ejecutantes tiene un peso vital en el desenlace que podríamos ver en el 2022: ¿se agudizará y prolongará la incertidumbre o se enmendará el rumbo que ha empañado aun más el caldeado ánimo político? Si de algo deben servir estos meses de recambio tendría que ser para evaluar los pasos, acumular aprendizajes, consolidar lo positivo y corregir los estropicios.
Al terminar el 2020, esta columna hacía un balance concluyendo que, dado el anunciado recambio electoral del 2021, el país se enfrentaría a “una página en blanco” (El Comercio, 31/12/2020). Con el autor instalado, el lápiz ha ensayado erráticos bocetos y marcados garabatos, para saltar luego a borrones, no del todo convencidos. ¿Habrá espacio para empezar de nuevo?