Luego del intento de vacancia, el sexto que se presenta en cinco años para tres presidentes, Pedro Castillo seguirá gobernando, pero siempre sobreviviendo. El presidente se ha ganado, a pie firme, el rechazo mayoritario de la población, incluido en aquellos lugares que votaron mayoritariamente por él. Lo que está en cuestión es el deplorable desempeño gubernamental desde que inició su mandato. No hay semana en que no se destapen nombramientos indebidos, renuncias impostergables y malos manejos que lindan con la corrupción. En muy poco tiempo se ha desatado el desgobierno, la inoperancia y el saqueo de seguidores, militantes y amigos de chotanos y cerronistas.
Reorientar el Gobierno, limitarlo y controlarlo o terminar su mandato de manera anticipada, aparecen como salidas políticas. En el Congreso, la oposición ha jugado un papel nefasto. Ninguna alternativa es realista ni creíble. Por el contrario, en ocho meses, tan solo un ministro ha sido censurado, pese a que denostaban, con razón, de una larga lista que debían ser separados de sus cargos. Se observaba clemencia, pero, sobre todo, comunión de intereses con sectores mercantilistas e informales. La ciudadanía los rechaza aplastantemente, con mayor razón luego del pleno en el que se discutió la vacancia.
Han encaminado su pobre labor de oposición por el tema de la vacancia. La figura de la vacancia del cargo de presidente de la República, que se entendía como el alejamiento del cargo por razones objetivas y no discutibles desde la Constitución del año 1839, ha sido absolutamente desnaturalizada en todos los casos en los que se aplicó (Alberto Fujimori, PPK, Martín Vizcarra y Pedro Castillo). El Congreso la ha utilizado ya de manera frecuente, por el solo hecho de tener mayoría de votos y contando con la pasividad del Tribunal Constitucional, de manera falaz, como si se tratara de un mecanismo de control político, en el marco de un diseño de equilibrio de poderes. Pero ha ido más allá y, en vez de precisar su contenido, lo ha reglamentado convirtiéndola en una suerte de interpelación, como paso previo a la declaración de vacancia “por permanente incapacidad moral”.
Al asentarse de esta manera su uso, no habrá presidente que se libre de esta extensiva y abusiva interpretación. Ni antes se hubiera librado presidente alguno, Alejandro Toledo, Alan García u Ollanta Humala, por citar a los de este siglo, si al frente se encontraban con un Congreso que podía llegar al amenazante número de los 87 parlamentarios dispuestos a ser la guillotina presidencial. Puede que se solicite la vacancia presidencial de Pedro Castillo y nuevamente se libre de la misma y termine su mandato, pero lo que hace el Congreso es atentar contra todos los futuros presidentes, bajo la mirada miope de no considerar que, si hoy son oposición, mañana podrían ser Gobierno. En esa situación, estas y otras medidas tomadas por el Congreso regresarán como un bumerán, debilitando a cualquier presidente.
Esto lleva a la discusión sobre qué hacer cuando un presidente desarrolla un mal gobierno, como puede ser el presente de Pedro Castillo o el primer y desastroso gobierno de Alan García (1985-1990). El Congreso puede incorporar la figura del “juicio político” como ocurre en EE.UU. y Brasil, que garantiza un procedimiento adecuado. Pero si el partido de Gobierno tiene una mayoría que impida presentar la solicitud, esta salida estaría bloqueada. Otros países han incorporado la figura de la revocatoria del mandato presidencial. Un camino más largo y no poco polémico. En cualquier caso, dejar la figura de la vacancia como está es tratar de defender la democracia, como claman algunos, violentándola.