El Ejecutivo luchó contra el mal tiempo, intentó diseñar un nuevo plan de vuelo, trató de superar la turbulencia, buscó rutas alternas, y nada… el avión igual se estrelló contra el aeropuerto de Chinchero, y como suele ocurrir en estas crónicas de un desastre anunciado, nadie salió ileso.Martín Vizcarra: buscó, desde el inicio, plantear soluciones técnicas a un problema que se transformó en un pleito netamente político. Daba lo mismo si Vizcarra se mataba explicando las nuevas condiciones de la adenda, si el Estado se ahorraba o no dinero, si las nuevas condiciones mejoraban o empeoraban un mal contrato previo: Chinchero se convirtió en el pretexto perfecto para acusar al gobierno de PPK de lobbista, de querer beneficiar a sus amigotes, de hacer del país su chacra. Injusto o no, ya da lo mismo a estas alturas, la estrategia funcionó, y a Vizcarra le costó el puesto.
Pedro Pablo Kuczynski: el presidente confunde lo justo con lo posible. En el contexto en el que le ha tocado gobernar, PPK parece no darse cuenta de que hay muchas decisiones que no va a poder tomar aunque sean buenas para el país, aunque sean urgentes, aunque sean medidas legales. ¿Por qué? Porque tiene una oposición que ya demostró que le va a marcar el paso desde el Congreso. Si no les parece censuran, si no les gusta derogan, si no les parece boicotean. Es lo que hay, y el oficialismo no presenta hasta ahora una estrategia clara para enfrentar ese escenario. Fuerza Popular: lo de Chinchero ha sido para ellos una victoria fácil. El Ejecutivo manejó tan mal el asunto que los fujimoristas (ayudados por la izquierda y por AP esta vez) no tuvieron más que poner un par de piedras en el accidentado camino para que el gobierno se fuera de cara con adenda y todo. Hasta ahí todo bien, así es la política. El problema es que, cuando no eres consciente de tu fortaleza y se te va la mano, pasas de la astucia al abuso. Se cayó Chinchero, se fue el ministro, pero eso no fue suficiente: había que pedir además la cabeza de Vizcarra y sacarlo de la vicepresidencia. Craso error: no se patea en la cara al que ya está caído. La matonería no trae buena prensa, ni votos.
El contralor: Edgar Alarcón mostró su mano en este juego y viene cargada. Ya sea por afán de protagonismo, por presión del algún grupo político o por lo que sea, el nuevo contralor, quien lleva años en una institución a la que se le pasaron los robos de Lava Jato por las narices, ahora ha decidido observar cada detalle que huela a corrupción. ¿Está en su derecho? Por supuesto, y es su obligación; siempre y cuando use ese poder para cuidar los intereses del Estado y no para complicar más la capacidad de acción de un gobierno que trata de maniobrar con los ojos vendados y las manos atadas.