Hay que apurarnos un poco. Estamos en tiempo muerto político (tiempo muerto de noticias nunca hay) tras una crisis provocada por la demanda de Odebrecht ante el Ciadi y su manejo torpe y evasivo, con ministros lanzándose la papa caliente mientras el procurador Jorge Ramírez, de puro chancón y pesado, metía sus narices donde no tenía por qué.
Aun así, pienso que para el Gobierno fue un error dejar que el ex Consejo de Defensa Jurídica lo bote (o pedir que lo bote), pues ello enervó la cadena de mando de los ministros que no supieron cuadrarlo ni orientarlo cuando este les vino con sus preocupaciones sobre Odebrecht. Y saltaron los antecedentes del Minem Liu, los nervios de la Minjus Revilla, la imprudencia del PCM Zeballos y, ¡zas¡, el Gobierno tuvo que hacer una sangría de cuatro ministros y un torniquete para salvar al último.
Por supuesto que Zeballos merece irse y estoy seguro de que la idea ronda Palacio desde hace buen tiempo; pero presumo que Vizcarra y su ‘petit comité’ de asesores han evaluado que es importante preservar la legitimidad del interregno y de sus 67 decretos de urgencia, manteniendo al mismo ‘premier’ que los firmó junto al presidente.
Zeballos ha quedado rengo y contagioso (al decir de la nueva Minem Susana Vilca que tiene ‘derecho a rehabilitarse’, le asestó un golpe letal), con un nuevo Congreso, su cabeza puede ser una buena carta de negociación política. ¡Que su merecido despido sirva para algo!
El nuevo Congreso podrá reclamar su derecho a otorgar la investidura al Gabinete Zeballos –algo políticamente coherente, pero que obliga a interpretar la Constitución para determinar si hay obligación de hacerlo habiendo ya transcurrido, sin Congreso activo, los 30 días de plazo para ello– y el Ejecutivo podría tener el gesto de pedirla ahorrándonos la discusión de constitucionalistas.
Yo apuesto a algo mejor que una simple votación: una negociación con las bancadas más afines donde el Gobierno pida la investidura a Zeballos como una manera de legitimar simbólicamente el interregno gracias al que brincaron la valla (¡son hijas de la disolución!); y con la promesa oficial de un pronto recambio, si es posible con fecha fija.
Algunas bancadas, por supuesto, bien podrían decir que no quieren saber nada de Zeballos y que preferirían investir a otro primer ministro; lo que daría al Ejecutivo más razones, que las que hoy abundan, para buscar un reemplazo que tienda más puentes, coordine mejor el Gabinete y no meta la pata con tanta frecuencia y virulencia. Que la cabeza de Vicente Zeballos ruede con un buen propósito.