- Lee aquí el Editorial de hoy viernes 1 de diciembre: “Salpicando a la fiscalía”
“La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”, dijo el escritor suizo Louis Dumur. Lamentablemente, en el Perú ni siquiera se nos hace pensar que se nos sirve a nosotros; la descarada realidad es que los intereses personales y la corrupción a menudo parecen estar por encima del servicio al pueblo.
En medio de un país agitado por tensiones políticas, prometer un Perú con “reglas claras” se ha convertido en un mantra gubernamental, casi poético en su constancia. Sin embargo, el caos que impera en la fiscalía de la Nación ha desafiado esa melodía, dejando al descubierto la maraña de intereses que es nuestra política actual.
La fiscalía, que debería ser sinónimo de rectitud y justicia, se ha transformado en un complicado tablero de ajedrez en el que cada pieza parece moverse por su cuenta. Mientras tanto, el Congreso, con un respaldo ciudadano de apenas un 5% (según la data de CPI), se asemeja más a un juego de intereses particulares que a una institución al servicio del pueblo. Los números de aprobación de la presidenta Boluarte son un reflejo claro de la insatisfacción generalizada, con apenas un 9% de respaldo (CPI), revelando un nivel de descontento alarmante.
Los hechos revelados sobre la fiscalía deben ser investigados a fondo. Si hubo delito, todas las partes involucradas deben enfrentar las consecuencias de sus acciones. Pero es hora de dejar atrás los chismes, los ataques y las idas y vueltas que solo contribuyen a perpetuar los juegos de poder en la política peruana. Estos comportamientos solo sirven para hacer que el Perú parezca un teatro, en lugar de un país comprometido con el bienestar de su gente y la justicia.
Gobernar, más que un arte, es un ejercicio de madurez que parece haberse diluido en el ruido de la política peruana. La situación actual demanda un liderazgo que confronte los desafíos con seriedad y determinación, dejando atrás la inercia y la pasividad que ya no podemos tolerar, dado el estado crítico en el que se encuentra la confianza de la ciudadanía en nuestras instituciones.
La verdadera transformación solo puede lograrse a través de la madurez institucional y la seriedad en el manejo de los asuntos públicos. ¿Es demasiado pedir que la política abandone las dinámicas de chismes y se enfoque en asuntos serios, dejando atrás comportamientos que parecen propios de adolescentes?
En serio, ¿es tanto pedir?