Son las tres de la tarde del domingo y me entero del fallecimiento de Fritz Du Bois. Ya he entregado mi columna, que debería salir publicada hoy lunes, pero me apena pensar que un tema banal como el que allí tocaba se publique junto con sus exequias. Otros escribirán sobre sus virtudes, yo no puedo dejar de expresar mi admiración por su trabajo como director de un diario.
No conocí mucho a Fritz, me crucé con él cuando fue funcionario del MEF y más tarde gerente del Instituto Peruano de Economía. Nunca hablamos demasiado de política o de economía. Aunque coincidíamos en algunas ideas, no estábamos de acuerdo en todo. Considero que tenía muy clara la manera en que las sustentaba, la coherencia con la que las vivía y la manera tranquila con la que las expresaba.
Lo conocí con más detalle cuando aceptó el puesto de director de “Perú 21” y me invitó a una colaboración de mi empresa con este diario (que continua semanalmente). Más allá de los detalles de ese momento, recuerdo que me llamó la atención que Fritz haya aceptado uno de los trabajos más difíciles que yo podía imaginar: ser responsable editorial de un periódico, que debe aparecer cada día.
Me explico. Tengo muchos años escribiendo artículos semanal o quincenalmente y, con mucha frecuencia, me entra la angustia de la página en blanco. Los buenos escritores conocen esta sensación seguramente mejor que yo, pues se presenta como un temor creciente de no poder llenar aquella página a la que nos obligamos nosotros mismos, o a la que nos encomendaron terceros para una fecha específica. La idea en ciernes empieza a dar vueltas en la cabeza, te distrae de otros pensamientos y a veces te despierta a medianoche. Hasta que terminas la página... y empiezas a preocuparte por la entrega de la semana siguiente.
Imagine el lector esa situación repetida los 365 días del año, llueva, truene (y más si llueve o truena), sábados, domingos, feriados y Semana Santa, de vacaciones o no. Un trabajo donde el temor a no poder llenar la página en blanco se multiplica por decenas de páginas con múltiples temas (farándula, policial, deportes, política) y también con enfoques de cada colaborador, todo lo cual termina siendo responsabilidad de un personaje, el director del diario. “Chapeau”, para quitarse el sombrero, dicen los franceses.
Y cuando, luego de unos años, Fritz decide tomar la responsabilidad de un diario más grande, más influyente y bastante más complejo, como es El Comercio, no pude dejar de admirar su decisión. Estoy seguro de que, más allá de la adrenalina que debe haberle generado este trabajo, Fritz habrá sentido que era su deber utilizar la posición que le tocaba, para influir por un destino mejor para sus conciudadanos.
Para terminar, recuerdo que desde el inicio me llamó la atención la mezcla de sus nombres: el alemán Fritz, el francés Du Bois y el nuevamente germano Freundt. Extraña mezcla de alguien nacido cuando todavía quedaban resquemores de las guerras mundiales, y que imaginé como una especie de símbolo indirecto de paz y de concordia. Lo que sí creo ahora es que hizo honor a su apellido, pues apellidándose Del Bosque (Du Bois), demostró ser más que un hombre frío, de acero, pues fue uno con la calidez que tiene la buena madera.